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EL DESAFIO DEL CAMBIO CLIMATICO 1200

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El Cambio Climático: Un Desafío Inmediato y a Mediano Plazo

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Hace unos treinta años, no estaba muy convencido de lo que se llamaba entonces “calentamiento global”, luego “cambio global” y ahora “cambio climático”. Mis dudas se basaban en algunas cuestiones experimentales: se usaban mediciones de temperaturas muy antiguas, hechas (según me parecía) con termómetros no estandarizados. Además, las mediciones del observatorio de Mauna Loa (Hawái) me resultaban insuficientes.

Recuerdo que los estudiantes me consultaban cómo tratar esa información que llegaba a la gente de forma sesgada por medios politizados. Mi respuesta fue durante mucho tiempo que, si las causas eran múltiples, había que actuar sobre las controlables como si fueran las únicas responsables del fenómeno.

Resumamos lo esencial del tema: si se cubre con un material transparente un lugar donde hay plantas, animales y personas, la luz del sol calienta el ambiente y el dióxido de carbono (CO2, se lo suele nombrar “ce-o-dos”) generado por la respiración retiene la radiación reflejada, produciendo un calentamiento que se conoce como “efecto invernadero”.

Lo mismo ocurre en la atmósfera cuando el dióxido de carbono se acumula en cantidades superiores a las que el ambiente puede tolerar. El punto era decidir si los responsables eran los seres vivos en general o si los humanos añadían dióxido de carbono para otros fines propios de su cultura. Mientras las pruebas parecían insuficientes, pasó como con el tabaco: el mundo se dividió en dos; por un lado, las tabacaleras y los fumadores y por el otro, el resto del mundo.

Las causas del cambio climático dependen de la actividad humana

En el tema del cambio climático, la politización siguió, sigue y seguirá por bastante tiempo. Pero ya no hay dudas de que las principales causas del cambio climático se deben a la actividad humana. Las contribuciones naturales, principalmente las volcánicas, no han variado significativamente en los últimos siglos. Repasemos, entonces, los principales aportes de la civilización industrial:

  • Combustión de combustibles fósiles: empleados para generar energía eléctrica, para uso doméstico e industrial, calefacción por gas natural y calderas a gas o combustibles líquidos, transporte terrestre, marítimo y aéreo.
  • Producciones industriales que descomponen minerales: industria de la cal y el cemento, producción de acero, entre otras.
  • Deforestación y quema indiscriminada de bosques: si bien esta última puede ser de origen natural, la intervención humana suele ser más difícil de controlar y compensar.
  • Ganadería y agricultura intensivas: contribuyen directamente con la producción de CO2 (ganadería) o indirectamente a través de la deforestación (agricultura).
  • Descomposición de residuos sólidos: el desperdicio de alimentos, los residuos orgánicos en general, producen grandes cantidades de dióxido de carbono. En muchos de estos puntos no se enfatiza lo suficiente un aspecto clave: la emisión de grandes cantidades de dióxido de carbono en tiempos muy cortos.

Esto es importante destacar porque hay quienes señalan que la materia orgánica, tarde o temprano se descompondrá y que los gases producidos intervendrán en lo que se denomina el ciclo del carbono: las plantas lo utilizarán para crecer y multiplicarse, consumiéndolo mediante la fotosíntesis.

Eso es una verdad a medias: si la velocidad con que se emite dióxido de carbono a la atmósfera supera a la que tienen las plantas para “capturarlo”, el gas se acumulará en el aire. El ejemplo es tan sencillo como esto: si me dan tiempo, puedo beber 1000 litros de agua; necesitaré poco más de un año para eso, pero si me los dan todos juntos, me ahogaré. Si a lo dicho se suma que la deforestación y la tendencia a la desertización de muchos territorios hace que no haya suficiente capacidad de captura por vegetación, el fenómeno se agrava.

Creer o no creer

Pero no se trata solo de “creer o no creer” en el efecto del hombre sobre el cambio climático. Se trata también del costo de las decisiones que implican cambiar el uso de la energía. Y aquí se presentan dos situaciones, una inmediata y otra a mediano plazo:

  • La inmediata es utilizar racionalmente la energía: esto tiene sus costos en términos de una supuesta pérdida de confort (hay países cuyo consumo energético por habitante es diez veces superior al promedio del planeta) y, sobre todo, una pérdida de rentabilidad de las empresas.
  • A mediano plazo habrá un cambio en la matriz energética. Ese cambio implica, por un lado, decidir qué reemplazará total o parcialmente a los combustibles fósiles. Por otro lado, cómo harán las empresas para reconvertirse sin perder rentabilidad y seguir manteniéndose “en el negocio” sin ser reemplazadas por otras. Hay una razón adicional: ¿y si la forma de emplear la energía cambia radicalmente? ¿Si la “nueva energía” no requiriera de grandes productores, acumulación y transporte? Ahí radica, a mi juicio, el quid del tema.

Y estas preguntas están planteadas desde el año 2000 y, todavía, se demora la respuesta, aunque yo y los profesionales con quienes trabajo, estamos convencidos de que la tenemos, al menos, parcialmente.

Trataremos de estos temas en próximas notas.

 

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