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CAMBIO Y PROGRESO: ¿PARA DÓNDE Y PARA QUÉ?

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

 

“Si de algo nos han querido convencer no solo los medios de comunicación, sino también la escuela y la universidad, es que vivimos en tiempos de cambio y progreso continuos. Sin entrar en profundidades filosóficas encerradas en aquello de que “lo único permanente es el cambio” (Heráclito, hace más de 2.500 años), lo curioso es que tanto al progreso como al cambio se los asimila como absolutos que, sin adjetivaciones adicionales, se interpretan como cosas buenas en sí mismas”.

 

¿De qué hablamos cuando hablamos de progreso?

“Si los líderes mundiales desencadenan una guerra nuclear veremos cómo es posible detener drásticamente el progreso. Dejemos que se exploten indiscriminada o furtivamente las reservas ictícolas de nuestro mar y dejarán de progresar los peces y la vida marina en nuestras aguas. Permitamos que se extraiga hasta los últimos miligramos de metales preciosos o estratégicos de los países más pobres, y la pobreza seguirá progresando en ellos, cada vez más, como hasta ahora. Dejemos que se sigan talando bosques y el mundo prosperará en infinitas cabañas de madera instaladas en desiertos naturales o en oasis artificiales, donde los más ricos disfruten cómodamente del progreso.

¿Estoy a favor de que progrese la ciencia médica? Por supuesto, pero si me ponen frente a una opción preferiría que la medicina actual llegue a todo el mundo por igual, pobres y ricos. Una cosa no quita la otra, pero dije si me ponían frente a una opción. Quiero decir que lo que denominamos progreso también requiere de prioridades, y las prioridades son necesarias si, como sabemos, los recursos económicos son limitados.

Pero hay otra razón por la que el progreso podría desacelerarse, y es si existiera una valoración ética de las consecuencias de determinadas “formas” de progreso. Es verdad que en la posmodernidad todo debate ético puede parecer estéril, pero si la discusión ética desencadena en nuevos instrumentos legales, muchas actividades generarían menos daño del que producen”.

 

El progreso que me conviene

“¿Me parece bien que cada vez estemos “más conectados”? Personalmente, con lo que hay actualmente me alcanza y me sobra. Viajando por primera vez al exterior, en los años 1980 me comunicaba por correo postal con familiares: cada carta tardaba entonces entre una semana y diez días en llegar al destinatario. En la década de los 1990 llamaba por teléfono público desde los Estados Unidos una vez por semana y tenía que usar cerca de 20 monedas de un cuarto de dólar para hablar por un teléfono público durante apenas un par de minutos. Veinte años después podía hablar con mis padres desde Europa dos veces por día mirándolos a la cara: recién aparecía el hoy casi abandonado Skype, reemplazado por Zoom, Meet y otras posibilidades no muy diferentes

En la actividad profesional, hace cuarenta años una búsqueda bibliográfica implicaba dedicar un día completo a la semana en la hemeroteca para encontrar las citas de artículos de investigación que, con suerte, habían sido publicados apenas tres meses atrás (solo la cita; conseguir el artículo original podía llevar un mes más). Ahora, con un par de horas por semana accedo a decenas de artículos completos que tienen fecha prevista de publicación recién para el año 2026.

Todo esto es más que suficiente para mí, pero insuficiente para quienes viven de la especulación financiera o los que hacen dinero cada vez que usted o yo hacemos click en las aplicaciones gratuitas”.

 

El avance del cangrejo

“La relatividad del concepto de progreso lo describió muy bien hace muchos años Umberto Eco con lo que llamó “el paso del cangrejo”: la conectividad por internet comprende una maraña de cables de miles y miles de kilómetros que atraviesan los océanos y cruzan valles y montañas por todo el mundo. Sin detenernos en las razones técnicas por lo que esto es así, en lo refererido a la transmisión hemos retrocedido, ya que la comunicación sin cables fue desarrollada por Guillermo Marconi en 1895 (¡casi 130 años atrás!).

Por otra parte, el cambio por el cambio mismo suele ser un desproporcionado (aunque fríamente calculado) desperdicio de dinero para la economía del hombre común: no alcanzamos a utilizar 10% de las capacidades del último teléfono móvil o computador portátil que ya nos presionan con un nuevo modelo, del que utilizaremos aún menos porque su capacidad de procesamiento aumentó mucho y nuestras pedestres necesidades apenas han cambiado”.

 

Progreso no es más consumo

“Todas estas reflexiones no son más que lo que habitualmente denominamos las consecuencias de haber caído en las trampas de la sociedad de consumo. Nosotros, de una manera u otra, somos víctimas -no siempre inocentes- de este modelo de sociedad. Y con esta afirmación no quisiera que se hagan interpretaciones políticas: las alternativas que tenemos son pocas y son malas.

Las nuevas opciones deben salir del interior mismo de cada sociedad, es decir de cada familia, de cada individuo. A fines del siglo XIX, cuando el modelo industrialista había reducido a su máxima expresión la iniciativa individual, los ingleses “descubrieron” a san Francisco de Asís: el ejemplo activo -la acción- de un santo del siglo XIII sirvió de refugio a una sociedad agobiada.

En el siglo XX pasó algo parecido: la relativización de las virtudes y las filosofías de la desesperanza tuvieron como reacción el redescubrimiento de la vieja filosofía escolástica medieval”.

 

Colofón

“Reacción y acción desde el fondo de nuestros corazones y desde la corteza de nuestro cerebro: eso es a lo que nos compromete el mundo actual, en defensa propia, en defensa del prójimo y en defensa del ambiente que nos rodea por afuera y por dentro de nuestra piel”.

 

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