Social y Solidaria

CAMBIO Y PROGRESO: ¿PARA DÓNDE Y PARA QUÉ?

CAMBIO Y PROGRESO 1200

Noticias Ambientales

CAMBIO Y PROGRESO: ¿PARA DÓNDE Y PARA QUÉ?

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

 

“Si de algo nos han querido convencer no solo los medios de comunicación, sino también la escuela y la universidad, es que vivimos en tiempos de cambio y progreso continuos. Sin entrar en profundidades filosóficas encerradas en aquello de que “lo único permanente es el cambio” (Heráclito, hace más de 2.500 años), lo curioso es que tanto al progreso como al cambio se los asimila como absolutos que, sin adjetivaciones adicionales, se interpretan como cosas buenas en sí mismas”.

 

¿De qué hablamos cuando hablamos de progreso?

“Si los líderes mundiales desencadenan una guerra nuclear veremos cómo es posible detener drásticamente el progreso. Dejemos que se exploten indiscriminada o furtivamente las reservas ictícolas de nuestro mar y dejarán de progresar los peces y la vida marina en nuestras aguas. Permitamos que se extraiga hasta los últimos miligramos de metales preciosos o estratégicos de los países más pobres, y la pobreza seguirá progresando en ellos, cada vez más, como hasta ahora. Dejemos que se sigan talando bosques y el mundo prosperará en infinitas cabañas de madera instaladas en desiertos naturales o en oasis artificiales, donde los más ricos disfruten cómodamente del progreso.

¿Estoy a favor de que progrese la ciencia médica? Por supuesto, pero si me ponen frente a una opción preferiría que la medicina actual llegue a todo el mundo por igual, pobres y ricos. Una cosa no quita la otra, pero dije si me ponían frente a una opción. Quiero decir que lo que denominamos progreso también requiere de prioridades, y las prioridades son necesarias si, como sabemos, los recursos económicos son limitados.

Pero hay otra razón por la que el progreso podría desacelerarse, y es si existiera una valoración ética de las consecuencias de determinadas “formas” de progreso. Es verdad que en la posmodernidad todo debate ético puede parecer estéril, pero si la discusión ética desencadena en nuevos instrumentos legales, muchas actividades generarían menos daño del que producen”.

 

El progreso que me conviene

“¿Me parece bien que cada vez estemos “más conectados”? Personalmente, con lo que hay actualmente me alcanza y me sobra. Viajando por primera vez al exterior, en los años 1980 me comunicaba por correo postal con familiares: cada carta tardaba entonces entre una semana y diez días en llegar al destinatario. En la década de los 1990 llamaba por teléfono público desde los Estados Unidos una vez por semana y tenía que usar cerca de 20 monedas de un cuarto de dólar para hablar por un teléfono público durante apenas un par de minutos. Veinte años después podía hablar con mis padres desde Europa dos veces por día mirándolos a la cara: recién aparecía el hoy casi abandonado Skype, reemplazado por Zoom, Meet y otras posibilidades no muy diferentes

En la actividad profesional, hace cuarenta años una búsqueda bibliográfica implicaba dedicar un día completo a la semana en la hemeroteca para encontrar las citas de artículos de investigación que, con suerte, habían sido publicados apenas tres meses atrás (solo la cita; conseguir el artículo original podía llevar un mes más). Ahora, con un par de horas por semana accedo a decenas de artículos completos que tienen fecha prevista de publicación recién para el año 2026.

Todo esto es más que suficiente para mí, pero insuficiente para quienes viven de la especulación financiera o los que hacen dinero cada vez que usted o yo hacemos click en las aplicaciones gratuitas”.

 

El avance del cangrejo

“La relatividad del concepto de progreso lo describió muy bien hace muchos años Umberto Eco con lo que llamó “el paso del cangrejo”: la conectividad por internet comprende una maraña de cables de miles y miles de kilómetros que atraviesan los océanos y cruzan valles y montañas por todo el mundo. Sin detenernos en las razones técnicas por lo que esto es así, en lo refererido a la transmisión hemos retrocedido, ya que la comunicación sin cables fue desarrollada por Guillermo Marconi en 1895 (¡casi 130 años atrás!).

Por otra parte, el cambio por el cambio mismo suele ser un desproporcionado (aunque fríamente calculado) desperdicio de dinero para la economía del hombre común: no alcanzamos a utilizar 10% de las capacidades del último teléfono móvil o computador portátil que ya nos presionan con un nuevo modelo, del que utilizaremos aún menos porque su capacidad de procesamiento aumentó mucho y nuestras pedestres necesidades apenas han cambiado”.

 

Progreso no es más consumo

“Todas estas reflexiones no son más que lo que habitualmente denominamos las consecuencias de haber caído en las trampas de la sociedad de consumo. Nosotros, de una manera u otra, somos víctimas -no siempre inocentes- de este modelo de sociedad. Y con esta afirmación no quisiera que se hagan interpretaciones políticas: las alternativas que tenemos son pocas y son malas.

Las nuevas opciones deben salir del interior mismo de cada sociedad, es decir de cada familia, de cada individuo. A fines del siglo XIX, cuando el modelo industrialista había reducido a su máxima expresión la iniciativa individual, los ingleses “descubrieron” a san Francisco de Asís: el ejemplo activo -la acción- de un santo del siglo XIII sirvió de refugio a una sociedad agobiada.

En el siglo XX pasó algo parecido: la relativización de las virtudes y las filosofías de la desesperanza tuvieron como reacción el redescubrimiento de la vieja filosofía escolástica medieval”.

 

Colofón

“Reacción y acción desde el fondo de nuestros corazones y desde la corteza de nuestro cerebro: eso es a lo que nos compromete el mundo actual, en defensa propia, en defensa del prójimo y en defensa del ambiente que nos rodea por afuera y por dentro de nuestra piel”.

 

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El Cambio Climático: Un Desafío Inmediato y a Mediano Plazo

EL DESAFIO DEL CAMBIO CLIMATICO 1200

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El Cambio Climático: Un Desafío Inmediato y a Mediano Plazo

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Hace unos treinta años, no estaba muy convencido de lo que se llamaba entonces “calentamiento global”, luego “cambio global” y ahora “cambio climático”. Mis dudas se basaban en algunas cuestiones experimentales: se usaban mediciones de temperaturas muy antiguas, hechas (según me parecía) con termómetros no estandarizados. Además, las mediciones del observatorio de Mauna Loa (Hawái) me resultaban insuficientes.

Recuerdo que los estudiantes me consultaban cómo tratar esa información que llegaba a la gente de forma sesgada por medios politizados. Mi respuesta fue durante mucho tiempo que, si las causas eran múltiples, había que actuar sobre las controlables como si fueran las únicas responsables del fenómeno.

Resumamos lo esencial del tema: si se cubre con un material transparente un lugar donde hay plantas, animales y personas, la luz del sol calienta el ambiente y el dióxido de carbono (CO2, se lo suele nombrar “ce-o-dos”) generado por la respiración retiene la radiación reflejada, produciendo un calentamiento que se conoce como “efecto invernadero”.

Lo mismo ocurre en la atmósfera cuando el dióxido de carbono se acumula en cantidades superiores a las que el ambiente puede tolerar. El punto era decidir si los responsables eran los seres vivos en general o si los humanos añadían dióxido de carbono para otros fines propios de su cultura. Mientras las pruebas parecían insuficientes, pasó como con el tabaco: el mundo se dividió en dos; por un lado, las tabacaleras y los fumadores y por el otro, el resto del mundo.

Las causas del cambio climático dependen de la actividad humana

En el tema del cambio climático, la politización siguió, sigue y seguirá por bastante tiempo. Pero ya no hay dudas de que las principales causas del cambio climático se deben a la actividad humana. Las contribuciones naturales, principalmente las volcánicas, no han variado significativamente en los últimos siglos. Repasemos, entonces, los principales aportes de la civilización industrial:

  • Combustión de combustibles fósiles: empleados para generar energía eléctrica, para uso doméstico e industrial, calefacción por gas natural y calderas a gas o combustibles líquidos, transporte terrestre, marítimo y aéreo.
  • Producciones industriales que descomponen minerales: industria de la cal y el cemento, producción de acero, entre otras.
  • Deforestación y quema indiscriminada de bosques: si bien esta última puede ser de origen natural, la intervención humana suele ser más difícil de controlar y compensar.
  • Ganadería y agricultura intensivas: contribuyen directamente con la producción de CO2 (ganadería) o indirectamente a través de la deforestación (agricultura).
  • Descomposición de residuos sólidos: el desperdicio de alimentos, los residuos orgánicos en general, producen grandes cantidades de dióxido de carbono. En muchos de estos puntos no se enfatiza lo suficiente un aspecto clave: la emisión de grandes cantidades de dióxido de carbono en tiempos muy cortos.

Esto es importante destacar porque hay quienes señalan que la materia orgánica, tarde o temprano se descompondrá y que los gases producidos intervendrán en lo que se denomina el ciclo del carbono: las plantas lo utilizarán para crecer y multiplicarse, consumiéndolo mediante la fotosíntesis.

Eso es una verdad a medias: si la velocidad con que se emite dióxido de carbono a la atmósfera supera a la que tienen las plantas para “capturarlo”, el gas se acumulará en el aire. El ejemplo es tan sencillo como esto: si me dan tiempo, puedo beber 1000 litros de agua; necesitaré poco más de un año para eso, pero si me los dan todos juntos, me ahogaré. Si a lo dicho se suma que la deforestación y la tendencia a la desertización de muchos territorios hace que no haya suficiente capacidad de captura por vegetación, el fenómeno se agrava.

Creer o no creer

Pero no se trata solo de “creer o no creer” en el efecto del hombre sobre el cambio climático. Se trata también del costo de las decisiones que implican cambiar el uso de la energía. Y aquí se presentan dos situaciones, una inmediata y otra a mediano plazo:

  • La inmediata es utilizar racionalmente la energía: esto tiene sus costos en términos de una supuesta pérdida de confort (hay países cuyo consumo energético por habitante es diez veces superior al promedio del planeta) y, sobre todo, una pérdida de rentabilidad de las empresas.
  • A mediano plazo habrá un cambio en la matriz energética. Ese cambio implica, por un lado, decidir qué reemplazará total o parcialmente a los combustibles fósiles. Por otro lado, cómo harán las empresas para reconvertirse sin perder rentabilidad y seguir manteniéndose “en el negocio” sin ser reemplazadas por otras. Hay una razón adicional: ¿y si la forma de emplear la energía cambia radicalmente? ¿Si la “nueva energía” no requiriera de grandes productores, acumulación y transporte? Ahí radica, a mi juicio, el quid del tema.

Y estas preguntas están planteadas desde el año 2000 y, todavía, se demora la respuesta, aunque yo y los profesionales con quienes trabajo, estamos convencidos de que la tenemos, al menos, parcialmente.

Trataremos de estos temas en próximas notas.

 

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¿PARA QUÉ LADO QUEDA EL AMBIENTE?

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¿PARA QUÉ LADO QUEDA EL AMBIENTE?

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Es tan amplia la variedad de cuestiones que se deben tratar cuando se habla del ambiente que es inevitable preguntarse de qué hablamos cuando se aborda el tema y quiénes deben comunicarlo. Algunos piensan que es necesario tener una especialización en periodismo ambiental, otros creen que son los expertos quienes deben “bajarlo” al público en general. Yo disiento en parte con ambas opiniones; debe ser quien lo haga con verdad, claridad y sin subestimar a quien recibe el mensaje. El asunto es particularmente importante porque de quién lo trate y de cómo se trate así se formará la opinión y se despertará el interés de cada uno de nosotros, al tiempo que se dirigirá la atención a diferentes aspectos de la problemática ambiental.

Expertos en ambiente

Comunicar es un arte que se estudia y que se perfecciona. La primera regla es conocer el tema del que se habla. Para hablar de ambiente habría que tener conocimientos básicos de química, física, biología y matemática. Conocimientos no superiores a los que todo estudiante debería adquirir en un buen colegio secundario, nivel en el que, además, debería haber disciplinas multidisciplinarias que, entre otras, traten la temática ambiental. Con esta base común, cualquier comunicador preparado en la especialidad podría entenderse con su público y ponerlo al tanto de novedades de la actualidad ambiental. Que el comunicador tenga conocimientos por encima del estándar tiene una ventaja adicional: el receptor de la noticia se informa bien y aprende, o sea, después de leerla o escucharla sabe sobre el tema más que al principio.

En el otro extremo, los expertos tienen el entrenamiento y el lenguaje para comunicarse con sus colegas, generalmente ultraespecialistas que manejan jergas poco comprensibles por el público no especializado; por lo pronto, dan por entendido lo básico y bastante más que lo básico: los expertos constituyen faunas y se entienden entre ellos con un número limitado pero encriptado de signos.  Por lo tanto, un experto en cualquier disciplina debe hacer un esfuerzo adicional, enorme, casi humano (si se me permite la humorada), para transmitir su conocimiento. A mi juicio, ese esfuerzo es tan monumental como elevar una roca de varias toneladas; por eso nunca entendí eso de “bajar” un tema sino, más bien, que se debe “subirlo al público”. Esto sin detenerme en la psicología de lo que significa “bajar” el conocimiento; sin embargo, no tengo aquí el propósito de generar polémicas innecesarias, a las que no rehúyo, por supuesto.

Las aristas del ambiente

Tratar periodísticamente un tema ambiental implica elegir entre varias opciones; cada una de ellas, por otro lado, puede estar condicionada por factores externos (es decir, ambientales) al comunicador. Veamos: pueden tratarse de manera más o menos sistemática, como lo hace esta columna, temas que no necesariamente sean noticia reciente; se trata más bien de periodismo científico o, más acertadamente, periodismo de divulgación científica. La temática ambiental es un transcurrir de eventos a través del tiempo, muchos de ellos relacionados, que se van enlazando a veces imperceptiblemente como podría ser el cambio climático y la sequía de algunas regiones: como causa de este cambio, hay una desertificación, pero también hay una oasificación[1] en muchas zonas del planeta. Por supuesto que una gran sequía repentina es noticia, pero habría que discutir si semejante evento es consecuencia del cambio climático o de la falta de previsión. De una manera u otra, se trata de un tema ambiental, aunque las explicaciones pueden ser diferentes y condicionadas por la conveniencia: muchas veces conviene echarle la culpa al cambio climático en vez de reconocer que debe invertirse en sistemas de riego o de cauces de desagüe para contrarrestar sequías y evitar inundaciones.

Hay noticias que se ocultan deliberadamente y temáticas que premeditadamente no se discuten en profundidad. Hay miedo a saber y miedo a que otros sepan; es así como se generan tabúes que casi siempre son el resultado de silenciar la realidad. Y cuando no queda más remedio que enfrentarla (ya que la realidad nos desborda), se plantean disyuntivas sin argumentación, como: “minería SÍ” o “minería NO”; y lo lamentable es que es “SÍ porque sí “y “NO porque no”, sin demostración o justificación.

[1] La palabra *osasificación aún no está en el diccionario de la lengua, pero seguramente, lo estará pronto.

¿Para qué lado miramos?

El punto es que cualquier persona interesada en la problemática ambiental -o cualquier otra temática- debería ser capaz de entender por su propia cuenta y para eso hay que manejar un conocimiento mínimo. La tan mentada decadencia del sistema educativo es una consecuencia de esto: cuanto menos sepa la mayoría, más sabios parecerán los mediocres o, visto de otra manera, con menos esfuerzo podrán sobresalir frente a una mayoría cada vez más empobrecida en conocimientos y en su economía. Mi consejo para el lector de esta columna es sencillo, aunque requiere método y algún esfuerzo; si le interesa un tema ambiental siga estos pasos:

  1. Lea de varias fuentes confiables. Por ejemplo, comunicaciones de alguna universidad: las universidades tienen repositorios de acceso libre donde hay trabajos de diferente nivel, incluyendo divulgación. Las ONG suelen manejar buenos argumentos, aunque sesgados. Hay buenos trabajos de divulgación científica en los medios, pero desconfíe siempre de notas traducidas por alguien que no sepa ciencia (se leen barbaridades indefendibles).
  2. Si lee una nota firmada o escucha una opinión de primera mano, vea los antecedentes de quien las dice.
  3. Cuando no entienda un asunto que le interese, no abandone: busque lo básico en internet y las palabras claves en el diccionario (la Real Academia de la Lengua Española lo tiene en línea: todos deberíamos descargarlo en nuestro celular).
  4. Escriba sus propias ideas o sus dudas y consúltelas: llame a las universidades, pida hablar con profesores, averigüe sobre charlas de divulgación.
  5. Saque sus conclusiones basándose en sus propios argumentos, sostenidos a su vez por los argumentos de los especialistas. Asegúrese de que lo que piensa es por usted mismo y no por la opinión de otro.

¿Y cómo se elige un tema? ¡Mirando a su alrededor y deteniéndose a observar! Es el mejor ejercicio para entrenar la curiosidad: comunicarse con los sentidos atentos y sumergidos en el ambiente y, sobre todo, mirando a los ojos a los demás. Mirar a los ojos es una actividad que se ha perdido, sustituida por mirar una pantalla. No hay edad para ser curioso.

Colofón aclaratorio

En este punto, la editora de Social y Solidaria se estará preguntando sobre el título de este trabajo. Si no lo modificó hasta aquí, ella y los lectores merecen una explicación: el ambiente, nuestra circunstancia, es todo aquello que nos rodea por adentro y por fuera de nuestra piel, como ya lo dijimos en una nota anterior: no importa para qué lado miremos, allí estará, esperando de nuestro compromiso con él, de nuestra acción solidaria: al ambiente no puede dársele la espalda. Nuestro ambiente es la excepcional sequía que asoló al país y que medimos en dólares, pero también son ese papá y su hijita que, desde hace apenas una semana, duermen en la calle en la esquina de Álvarez Jonte y Bolivia, en plena ciudad de Buenos Aires[2].  

[2] Que a la semana de haber escrito esta nota ambos no estén ya en esa esquina no tranquiliza, sino que exacerba la angustia por no saber qué habrá sido de ellos.

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INTELIGENCIA ARTIFICIAL

INTELIGENCIA ARTIFICIAL 1200

Noticias Ambientales

INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Confieso que el tema de la inteligencia artificial, como dicen los jóvenes, me “hace ruido”. Fue prevista hace muchas décadas y no nos sorprende a los que nos dedicamos a la ciencia porque lo que se denomina ciencia ficción es, en general, ciencia de anticipación, que es lo que hacemos los que nos dedicamos profesionalmente a la investigación y el desarrollo. Por otro lado, los buscadores de la web y los respondedores automáticos de correos electrónicos ya la usan hace mucho.

Al principio dudé del nombre ampuloso -prefería inteligencia automática-, pero lo dejo como está; está bien llamada, porque hay una inteligencia natural, la nuestra, y porque la diferencia es tan grande como la que existe entre una rosa natural y una rosa artificial, a la que nunca preferiremos a la primera, aunque tenga el mismo aroma.

¿Qué le falta a la inteligencia artificial que tiene la inteligencia natural hasta este momento? Al menos dos cosas: la automotivación y el sentimiento.

Inteligencia y necesidad

Comencemos por lo primero: usamos nuestra inteligencia porque tenemos una necesidad, no tiene por qué ser material ni económica; hay un “querer saber” puro (necesidad espiritual) y un querer saber “para algo” (necesidad material). La inteligencia artificial puede satisfacer muy bien ambos fines, pero quienes no son “resultadistas” siempre tendrán la alternativa de preguntarse un nuevo “por qué”, hasta poner a prueba la inteligencia de la máquina.

Pongámoslo de otra manera: una persona que se entretiene haciendo crucigramas podrá, con inteligencia artificial, resolverlos en pocos segundos; pero de esa resolución a la persona le quedará la satisfacción poco honrosa de que solo hizo de mediador entre la grilla y la máquina.

En verdad, aprendió cosas nuevas y las disfrutará recién cuando no tenga necesidad del programa de inteligencia artificial para dar la respuesta: la persona aprendió de la máquina como podría haber aprendido de un libro, aunque con menos esfuerzo. Ningún jugador de ajedrez juega desde hace mucho con las computadoras porque irremediablemente perderá porque la máquina ya es invencible, excepto frente a otra máquina.

Estas competencias entre computadoras pueden derivar en un interesante entretenimiento para programadores y para juegos de apuestas, aunque sospecho que en poco tiempo las partidas terminarán en aburridísimos empates

Mi inteligencia es mía

Aquí se plantea un problema interesante: ¿qué hacemos con el conocimiento original y propio? Particularmente, mi posición es la que sostengo desde que aparecieron las fuentes de conocimiento “libre”. Siempre consideré que era material con el que se cargarían de datos máquinas que serían cada vez más “inteligentes”; máquinas a las que luego las usarían sus dueños u otras personas para lucrar. En la web nada es gratis y lo que parece gratis es para monetizarlo de otra manera.

Hay infinidad de actividades aparentemente gratuitas que en realidad se pagan con creces de diversas formas; las más ambiciosas pertenecen al mundo específico de la ciencia y la tecnología, y hablaremos de ellas en otro momento.

Por lo pronto, nunca puse información o conocimiento personal en esas fuentes, nunca corregí sus errores y nunca escribí nada que no llevara mi firma. Mi inteligencia es limitada, es humilde y escasa, pero es mía y está al servicio de mi familia, mis estudiantes, mis discípulos, mis colaboradores y mi país. Ellos harán luego con sus propios conocimientos lo que quieran o lo que puedan.

Inteligencia artificial aquí, ahora y mañana

Volviendo a la actualidad, la experiencia del uso de la inteligencia artificial al alcance del público hasta el momento es pobre: no responde preguntas de nivel medio universitario de disciplinas como química y física (son las que nos interesa a mis colegas y a mí). La inteligencia artificial es astuta: ante su ignorancia pide que se le enseñe; yo no lo hago, por lo que dije más arriba.

Además, como profesor y humano, le enseño a personas que sienten y se emocionan ante la observación detallada de la naturaleza. En la Argentina, hay empresas de servicios que se jactan de que estamos siendo atendidos por un emulador de voz con inteligencia artificial; esas máquinas parlanchinas apenas entienden tres instrucciones y solo responden con eficiencia a dos palabras: saldo y deuda. Por ahora, solo consiguen enojarnos y que pierdan sus empleos personas de carne y hueso.

Naturalmente, hay ámbitos donde la capacidad de la inteligencia artificial está más desarrollada y la posibilidad de que ella interaccione ampliamente con cada uno de nosotros en la vida cotidiana podrá -como con otras situaciones que involucran a los sistemas informáticos – restringir nuestra libertad.

De hecho, ya muchos se han ido acostumbrando a ello y lo están aceptando sin mucha crítica: ¿qué derecho hay para que luego de una conversación con amigos debamos ser bombardeados por publicidad referida al tema? ¿por qué un robot “lee” mis mails y me propone respuestas?, ¿por qué las cámaras de la PC pueden “observarnos” sin nuestra autorización?

Es imperativo un debate ético al respecto; más aún, considero que muchas de estas nuevas tecnologías deberían discutirse éticamente antes de emplearse públicamente.

Inteligencia poética

Por otro lado, una máquina tal vez pueda escribir, como el poeta, estos versos:

                                                   “Creo en el alba oír un atareado
                                                   rumor de multitudes que se alejan:
                                                   son lo que me han querido y olvidado;
                                                   espacio y tiempo y Borges ya me dejan”.

La máquina podrá hacernos vibrar con ellos, pero ella misma no podrá vibrar ni al “leerlos” ni al “escribirlos”. Peor aún: podrá simular que vibra, podrá imitar emocionarse, pero ni vibrará ni se emocionará desde lo más profundo de su alma, sencillamente porque no la tiene; el “alma artificial” no existe ni existirá, pero podrá imitarse.

Y entraremos así en un mundo de falsedades en el que, lamento decirlo, lentamente ya vamos incursionando desde, aproximadamente, finales de la segunda década del siglo XX.

Colofón trascendente

Todo este tema me ha sugerido algo que les presto a mis amigos filósofos como principio de demostración de un problema clave. Muchos piensan desde hace décadas que la Torre de Babel sigue en construcción. Coincido cada vez más con ellos: es una interesante interpretación para discutir en un foro académico o con amigos, buen vino y buenos quesos mediante.

El hombre[1] ha desarrollado desde sus inicios su capacidad de creador, primero tomando como referencia a un Ser superior, puro acto y pura bondad; luego, desde el siglo XIX, intentando reemplazarlo por su propia capacidad de comprender al mundo, de dominar a la naturaleza y hasta de llegar a manipular la vida aún en contra de las leyes naturales.

Nuestra imperfecta inteligencia pudo, a través de los milenios, perfeccionarse hasta ser capaz de crear a su vez, hoy en día, una inteligencia que, entre otras cosas, puede aprender por sí misma. No sabemos si esta nueva inteligencia adquirirá pronto la capacidad de imaginarnos, concebirnos o aceptarnos como sus creadores.

En todo caso, quizás, esa duda o esa imposibilidad provenga de nuestras propias limitaciones. Si todo esto puede crearlo el hombre, con sus miserias y limitaciones, él mismo pudo haber sido creado por una inteligencia aún superior, que no posea nuestras miserias ni nuestras limitaciones.  

Y esa inteligencia superior pudo, además, proporcionarnos la libertad de obrar según nuestra propia conciencia y hacer un mundo cada vez mejor o cada vez peor, según nuestro albedrío. El hombre demuestra con su inteligencia y con su obra que una obra y una Inteligencia superior son posibles. A pesar de los incrédulos, Dios existe.

[1] Primera acepción del Diccionario de la Lengua Española: Ser animado racional, varón o mujer.

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“SI SALVAMOS NUESTRA CIRCUNSTANCIA NOS SALVAMOS”

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“SI SALVAMOS NUESTRA CIRCUNSTANCIA NOS SALVAMOS”

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Vivir filosóficamente

“Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, escribió en 1914 José Ortega y Gasset, el mayor filósofo que dio nuestra lengua en el siglo XX. La filosofía, tan abandonada y pretensiosamente reemplazada por otras disciplinas tiene, sin embargo, dos virtudes irremplazables por cualquier otra ciencia: por un lado, poner al hombre a la altura de su propio tiempo, como síntesis del pasado, para proyectarlo desde el presente hacia el futuro: diríamos hacerle presente el futuro a través del pasado; por otro lado, integrar en una sola y gran Ciencia las parcialidades -las perspectivas- de las ciencias particulares.

Por ejemplo, al principio del siglo anterior ni remotamente se consideraba al ambiente como una realidad preocupante; si lo hubiera sido, no se hubiesen tomado decisiones en favor de tecnologías que hoy estamos tratando de reemplazar (por ejemplo, los motores de combustión interna y el empleo de derivados de petróleo para esos mismos motores, para centrales de energía y para producir productos químicos). Sin embargo, hubo quien ya percibió la importancia de las circunstancias sobre la vida de cada uno de nosotros.

Yo y mi circunstancia

Volvamos, entonces, a Ortega; su discípulo Julián Marías hace algunas precisiones. En la frase del principio se dice dos veces YO; el segundo YO, el que tiene condición de atributo, es algo así como una noción abstracta, tal vez más relacionada con la naturaleza de nuestra humanidad que con UNO mismo. Ese segundo YO no tiene sentido si no va acompañado por MI circunstancia, ese conjunto de eventos y realidades que nunca nos son ajenas y que nos influyen a CADA UNO de manera diferente. Ese segundo YO y la circunstancia son lo que construyen al auténtico YO de cada uno, ese que nos hace únicos, irrepetibles y necesarios.

Pero detengámonos en qué es MI circunstancia. Podríamos decir que es aquello que nos rodea (a cada uno de nosotros, a cada YO) por afuera y por adentro de nuestra piel. Así vista, la piel es solamente una barrera que separa el mundo exterior de Mi mundo físico y psíquico interior: lo que ocurra en ambos son parte de MI circunstancia y cualquier modificación en esa circunstancia modificará a esa totalidad vital que denomino YO.

Demasiada filosofía…

¿Parece demasiado filosófico? ¡De eso se trata! De hacer que ESTO que llamo YO se salve, es decir, viva lo más posible, lo más sano posible y de la manera más feliz posible haciendo todo lo posible para salvar a su circunstancia, es decir haciendo todo el bien posible para salvarse.

Nada más lejos lo que acabamos de decir que el “sálvese quien pueda” de nuestros tiempos postmodernos, sino precisamente al revés: actuando para salvar a mi entorno me salvo también yo.

Imaginemos que cada uno de nosotros (es decir cada YO) estamos en el centro de una cebolla cortada de manera transversal: somos ese centro verdoso e insignificante, rodeado de capas o túnicas que constituyen nuestra circunstancia. Las túnicas más cercanas son nuestra circunstancia más próxima: nuestra familia, la canilla de la cocina, el gato y el perro… Ocurren cosas: acabo de discutir con mi hija, la canilla gotea, el gato acaba de arañar al perro porque quiso comerle su comida. Debemos actuar sobre esa circunstancia inmediata para bien de todos y para bien propio. Las cosas no pueden dejarse como están, es necesario hacer, recomponer, reparar.

Las capas de la cebolla se van alejando

La segunda capa de la cebolla es nuestra cuadra o, tal vez, los vecinos del edificio: este deja la basura desparramada en la vereda, aquellos ponen música fuerte hasta las tres de la madrugada, el perro del vecino corre a mi gato. De nuevo, la circunstancia raramente no me afecte, pero al afectarme a mí también afecta a otros.

Otra capa de esta cebolla imaginaria es el barrio: las calles están sucias, los contenedores repletos de basura y olorosos, los restaurantes y bares invaden las veredas con sus mesas, los delincuentes están al acecho y la policía no hace nada…

Las capas se van alejando físicamente de mí, pero su influencia puede ser cada vez mayor y mi inhabilidad para actuar sobre el entorno se complica: es más fácil recomponer la relación dentro de mi familia que terminar con los robos o conseguir que las autoridades limpien las calles.   

Así hasta los confines más alejados de mi ciudad y de mi país. La comunicación cada vez más rápida nos hace partícipes de lo que ocurre en los lugares más alejados del planeta: un incendio forestal en la provincia de Córdoba nos impacta como uno en Chile y una banda de traficantes de pornografía infantil de algún lugar de Europa pone en peligro real y en tiempo real a los niños de mi casa.

Vivir encebollados

Cada capa de la cebolla influye sobre las interiores y las exteriores a ella y todas influyen sobre mí. Esas capas son el ambiente que, de una u otra manera construimos con diferentes grados de responsabilidad cada uno de nosotros. Pero ¡cuidado! Nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que pensamos, porque las democracias nos permiten elegir y, así como cada voto cuenta (matemáticamente) para que un candidato gane, también cuenta (vale) a la hora de que el gobernante actúe. ¿Estoy diciendo que un voto de un ciudadano en otro país vale para mí? ¡Sí!, eso digo. Y no se trata de ideologías afines, se trata de algo mucho más serio: de que el bien triunfe sobre el mal. Porque en este mundo interconectado y confusamente relativista hay cosas que están bien y cosas que están mal. Más aún: hay muchas maneras de hacer bien las cosas, pero unas maneras son mejores que otras.

En el extremo, vemos que hay dos maneras de hacer el bien: se lo puede hacer bien o mal. Hacer mal el bien puede generar mucho mal, como ocurre, por ejemplo, en la educación con algunas tendencias pedagógicas (hablaremos de esto en otra oportunidad).

Por eso, es imperioso aprovechar las mismas comunicaciones para participar activamente o comunicando nuestras ideas, para lo cual es necesario pensar (no confundir con opinar). Y pensar es un acto de la voluntad y, por lo tanto, individual. “Hay que enseñar a pensar”, dicen algunos sin saber lo que dicen. Pensar es una actividad natural del ser humano; pensar con criterio, analizando hechos, conociendo el pasado, manejando las operaciones aritméticas básicas y un lenguaje preciso es otra historia muy distinta. Estamos rodeados de opinantes, personas sin formación, sistemática o no, que dicen lo que se les ocurre, sin detenerse a pensar dos segundos los que sale de sus bocas.

Volvamos al ejemplo de la cebolla. Si alguien inyecta un veneno en la túnica más externa, este se difundirá envenenando las capas interiores y envenenándome finalmente a mí. Ni qué decir si el veneno ingresa directamente a mí desde las raíces: el daño se irradiará desde mi circunstancia interna hacia el exterior. El veneno puede no ser un producto químico sino una información tendenciosa, un insulto, una agresión verbal a mi religión, a mi nacionalidad, a mi color de piel… Esos son los peores venenos porque son los que llegan directamente al alma.

Circunstancia y medio ambiente

Ahora podemos ver con claridad que aquellos que llamamos AMBIENTE es parte de mi circunstancia y como tal, parte de mi propio YO. Y vemos también que el ambiente, como lo entendemos con bastante superficialidad, no es solo el mal uso de pesticidas, los incendios intencionales o no de bosques, las emisiones de dióxido de carbono o la contaminación por desechar mal las pilas.

Todas esas son circunstancias que se unen a muchas otras, externas e internas a cada uno de nosotros, que nos van construyendo o nos van destruyendo lentamente. Reconocer eso implica estar alertas y que nada nos sea indiferente.

Todo lo que hacemos suma o resta para los demás y suma o resta en nosotros mismos. Es un error pensar que lo que a mí me favorece necesariamente perjudicará a otro (cuando el centro de la vida pasa por la economía, esto suele suceder).

Como dijimos en otra nota, nosotros somos el ambiente. Y ese ambiente por el que nos preocupamos, que intentamos cuidar con leyes y protocolos internacionales puede destruirse irreversiblemente en cuestión de segundos, por ejemplo, por una guerra.

Colofón circunstancial

Bastante antes que Ortega y Gasset, dicen que Napoleón dijo que “las leyes de las circunstancias son abolidas por nuevas circunstancias” y se preguntaba: “¿qué son las circunstancias? Yo creo las circunstancias”. Ambas frases son parcialmente ciertas y confirman lo que venimos diciendo: nuestras circunstancias son cambiantes, pero también podemos modificarlas. La vida es eso: construirnos desde nosotros mismos desde cada circunstancia personal.

La historia muestra que lo que a mí me beneficia de manera auténtica es lo que beneficia a otros. Para discernir claramente esto debemos pensar, usar nuestra inteligencia.

Solo la inteligencia de cada uno de nosotros (no la inteligencia humana, en forma genérica, ni la de unos pocos elegidos) salvará al ambiente, es decir, a nuestra circunstancia. Y nos salvará a nosotros mismos.

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PINTEMOS NUESTRA ALDEA -2da parte

PINTAR MI ALDEA 1200

Noticias Ambientales

PINTEMOS NUESTRA ALDEA -2da parte

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Buenos Aires: hermosas cafeterías con el peor café del mundo

Buenos Aires tiene la curiosa particularidad de estar geográficamente cada vez más alejada del río que la limita por el oeste y políticamente cada vez más alejada del hermoso país que la acompaña por el norte, el oeste y el sur.

Nos proponemos pintar nuestra aldea, describiendo su ambiente -es decir, lo que nos rodea- con la subjetividad que nos permite el vivir en una de las ciudades más importantes del mundo, y con la objetividad que aporta el conocimiento y el sentido común y, sobre todo, el buen sentido (este a veces se contrapone a aquel).

Será un paseo tranquilo pero una descripción viva y animada, tal como define el diccionario al verbo pintar. Acompáñenos.

La reina del Plata

Buenos Aires se modernizó y embelleció a partir de la epidemia trágica de fiebre amarilla de 1871. La decisión de entubar los arroyos que la atravesaban y esparcían lodos y aguas contaminadas en sus márgenes, permitieron que la ciudad, geográficamente aislada en franjas fangosas y peligrosas, se uniera en una amplia planicie con hermosas barrancas en zonas próximas al río. Esa decisión, que hoy sería muy cuestionada ambientalmente, permitió que se abriera la Avenida de Mayo, al tiempo que se desarrollaba el monumental sistema de obras sanitarias con una empresa nacional que sería ejemplo para toda América durante casi un siglo.

Tan rápida y elegante creció la ciudad en su coqueta calle que recuerda a Madrid, que al poco tiempo el gran depósito del majestuoso edificio del Palacio de las Aguas Corrientes de la avenida Córdoba al 1900 ya no podía proveer a los edificios altos del centro de la ciudad.

La reina del Plata tenía un palacio hermoso que cumplió su misión hasta fines de 1970; los depósitos de agua aún activos son los de Caballito (avenida Pedro Goyena) y Devoto (avenida Beiró). Tan magnífica obra ingeniería, en tiempos en que el ambiente no estaba en la agenda política excepto frente a grandes catástrofes, proveyó significativas ganancias prácticamente sin inversión a la concesión privada de los años 1990.

Antes de seguir, una curiosidad: esa vocación por monarcas y palacios que nos rodea (Buenos Aires tiene o tuvo desde “El rey del confort” hasta el “Palacio de la papa frita”), ¿no ocultará un sentimiento no cristalizado originalmente que algunos próceres entrevieron como salida a la nación que se formaba a principios del siglo XIX?

¿Dónde está el río?

La ciudad tapó sus arroyos y se alejó, a fuerza de relleno constante, del Río de la Plata. De sus aguas color castaño proviene el agua potable de excelente calidad desde hace bastante más de un siglo. Ese mismo río, sin embargo, parece estar cada vez más lejos de Buenos Aires y más cerca de Montevideo. A su vera mandamos, como encondiéndolo, el monumento al hombre genial, ocasionalmente en desgracia, acusándolo de traición por descubrimiento.

La memoria reciente y parcializada también tiene un lugar allí, como lo tiene una mágica reserva ecológica que apareció como consecuencia de frustradas inversiones inmobiliarias en tierras ganadas (¿ganadas?) al río. Hoy se proyectan barrios carísimos y, por lo tanto, exclusivos, que seguirán construyendo un muro entre nosotros y ese mismo río que nos sostiene ambiental y económicamente.

Hace unos días iba conduciendo por la avenida Lugones con el navegador del auto activado y de repente me encontré comentándole a un amigo: “me gusta recorrer Buenos Aires con el GPS: puedo apreciar la imponencia de nuestro río mejor que paseando por la costanera”.

Buenos Aires tiene la curiosa particularidad de estar geográficamente cada vez más alejada del río que la limita por el oeste y políticamente cada vez más alejada del hermoso país que la acompaña por el norte, el oeste y el sur.

Mirar para arriba

Teniendo cuidado de no tropezar y caer sobre necesidades caninas y las necedades de sus tutores, mire por encima de las marquesinas comerciales que dividen en dos a los edificios, paralelamente a la vereda; el observador apreciará los balcones y terrazas de construcciones añejas y hermosas, perdidas entre una maraña de letras de colores y cables enredados de compañías de cable, electricidad y teléfono.

Barrios como Floresta tienen construcciones cuyos frentes fueron copiados de Barrio Parque, allá en Palermo Chico: toda una paquetería que se permitió una sociedad trabajadora, con aspiraciones pequeño burguesa que se instaló en barrios periféricos, más allá de Flores.

Vi hace unos pocos años una solución simple, económica y bella que cambió la vista de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca: todas las marquesinas del centro histórico debieron removerse y colocarse en forma plana sobre la pared y no volada sobre las veredas: el detalle cambió como de la noche al día el entorno visual de la histórica ciudad fundada por Mate de Luna.

Verde, que te quiero verde

Es poco imaginativo el subtítulo con los hermosos versos de García Lorca. Pero ¿dónde está el verde de Buenos Aires? La aparente ventaja vehicular del Paseo del Bajo fue supuestamente compensada con arbustos autóctonos -plantas de cortadera – que pasan gran parte de su tiempo amarillentos y que, encima, son un peligro para los transeúntes.

Hace cerca de tres meses avisé al gobierno de la ciudad de que el cruce peatonal próximo a la avenida Independencia era un peligro porque las plantas impedían ver a los vehículos que vienen a velocidad por Alicia M. de Justo hacia el norte. La denuncia fue desestimada. A los pocos días, una profesora fue arrollada al cruzar para ir dar clases a la universidad: todavía se repone de su fractura de pelvis…

Pensar que arbustos y macetas pueden mejorar los espacios verdes me parece un error de cálculo. Según números tomados de internet, la ciudad de Buenos Aires tiene seis metros cuadrados de espacios verdes por habitante. Rosario tiene casi el doble, aunque reconozcamos que las ciudades argentinas distan muchos de las europeas: leo que Roma tiene casi 167 metros cuadrados por habitante. ¿Estarán bien las cuentas?  Comparo con el Google Maps y parece que sí…

Colofón para descansar un poco

Nuestro paseo está por la mitad o tal vez menos. Buenos Aires tiene mucho para mostrar y mucho para ver. Tomémonos un cafecito, pero no en cualquiera de los cientos que hay en la ciudad: busquemos uno de esos que usan cápsulas herméticas y que garantizan calidad pareja y buen sabor. Una de las ciudades con mayor cantidad de cafés y bares, y de los más bonitos que se conocen, sirve uno de los peores cafés del mundo. Como dice mi madre: “no lo digo yo, está escrito…”

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PINTEMOS NUESTRA ALDEA

Noticias Ambientales PINTEMOS NUESTRA ALDEA Por Héctor José Fasoli Doctor en Química, docente e investigador, especializado en temas ambientales. Premio Konex de Platino en Ciencia

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PINTEMOS NUESTRA ALDEA

PINTAMOS NUESTRA ALDEA 1200

Noticias Ambientales

PINTEMOS NUESTRA ALDEA

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

La pregunta del millón

En un artículo anterior comentamos que la problemática ambiental se puede clasificar por su alcance en: global, regional y local. Si la importancia de los temas se midiera por su tratamiento en los medios, no cabe duda de que las temáticas globales parecen concentrar toda la preocupación.

Los temas regionales se ponen de relieve solamente cuando ocurre algún evento catastrófico como inundaciones, sequías o un derrame de líquidos industriales como sucedió en una mina de la provincia de San Juan hace algunos años. Por otro lado, los temas ambientales locales casi no forman parte de la agenda de los medios.

¿Por qué ocurre esto si la problemática ambiental de una gran ciudad o de una pequeña localidad son importantes para la calidad de vida del ciudadano de a pie? Calidad de vida que, por otra parte, mejora o empeora perceptiblemente en cuestión de pocos días y no de decenas de años o siglos, como puede atribuirse al cambio climático.

Nos hicimos esta pregunta y llegamos a una serie de reflexiones que, por lo comprometidas, son difíciles de tratar sin caer necesariamente en el etiquetamiento político, una tendencia común y peligrosa a la que somos muy adeptos los argentinos, tendientes al fanatismo y poco proclives al análisis y diálogo objetivos.

El ambiente y nosotros

Primero.

Debe aceptarse que todo lo que ocurra fuera de nosotros mismos o de nuestro entorno íntimo familiar, forma parte del ambiente. “Yo soy yo y mi circunstancia”, dijo el filósofo, y nuestra circunstancia es el mundo que nos rodea, es decir el entorno, o sea el ambiente.

Pensar que “lo ambiental” está vinculado solamente con que se vean menos mariposas en primavera o que el otoño se adelante es una limitación conceptual de quienes entienden mal y explican peor el tema. Todo lo que pasa más allá de las pareces de nuestro hogar es el ambiente; ambiente que, naturalmente, compartimos y nos pertenece.

Esa pertenencia común nos involucra porque el saber compromete: como lego, puedo ignorar que la fisura en la casa de mi vecino es estructural y puede derrumbarse, pero si soy ingeniero y percibo casualmente el problema tengo la obligación ética y profesional de informárselo.

Segundo.

Escribir o hablar de mi ambiente, de nuestro ambiente, da la oportunidad de opinar sobre nuestra propia experiencia, experiencia que es al mismo tiempo observacional (yo como espectador de lo que nos pasa) y vivencial (yo como actor de lo que me pasa).

Como experto en temas ambientales puedo, en cuestión de un par de semanas o menos, hacer un relevamiento objetivo de la problemática ambiental de una pequeña localidad, digamos, que está a mil quinientos kilómetros de mi casa.

Pero como habitante de mi localidad soy un monitor continuo de lo que afecta o beneficia a nuestro ambiente. Todos somos sensores vivientes del ambiente, y con un entrenamiento básico, de escuela primaria, podemos ser detectores sensibles y bien calibrados de lo que modifica, para bien o para mal, a nuestro ambiente.

Opinión, formación y responsabilidad

Tercero.

Toda opinión que usted o yo emitamos sobre este o cualquier tema será tomada con intencionalidad política. Es inevitable, y no solo en nuestro país; volvemos a la cuestión del etiquetamiento que mencionamos párrafos más arriba. Pero no señalar los problemas para evitar que nos etiqueten es, como mínimo, autocensura y como máximo, cobardía.

No hay ideología en las cuestiones técnicas: hay cosas que técnicamente están mal y cosas que técnicamente están bien; y hay muchas cuestiones que solucionan un problema, pero generan otros: el daño ocasionado no puede ser mayor que el bien que se pretende; es decir, el remedio no puede ser peor que la enfermedad.

Entre esos extremos hay muchas maneras de hacer las cosas, pero hay algunas que son mejores que otras. En la temática ambiental se trata de hacer lo mejor en beneficio del ambiente, que en definitiva es en beneficio de todos. Tratar temas ambientales con un sesgo político es tan inmoral como que un médico de un partido político se niegue a salvar la vida a un enfermo del partido opositor.

Cuarto.

 La detección de situaciones que degradan el ambiente de las personas que viven en él tiene mucho de obvio y también de intuitivo: todos sabemos qué es lo que perjudica al medio en que vivimos, aún más allá del perjuicio individual, es decir, con respecto a un perjuicio colectivo superior.

Pero hay temas que pasan desapercibidos por el lego y que solo pueden ser detectados o anticipados por especialistas. Por eso es clave que tanto en la función pública como en las empresas privadas el área ambiental esté a cargo de especialistas y, particularmente, de profesionales que con su accionar pongan en juego su puesto, su prestigio y su licencia.  

Los intereses creados

Quinto.

 Existen intereses creados que accionan sobre quienes toman decisiones. “Accionar” tiene un significado ambiguo: puede referirse tanto a influenciar sobre qué se decida o, directamente, a concretar negocios espurios con la complicidad y beneficio directo de la autoridad. Los factores de presión existen: algunos aspectos vinculados con el perjuicio del ambiente son tan obvios que solo pueden explicarse a través de ellos.

Sexto.

Con la temática ambiental pasa lo mismo que en su momento ocurrió con las cuestiones vinculadas con la calidad. Las empresas no se ocupaban de ella porque desde todo punto de vista implicaba pérdidas: invertir en mejorar procesos y productos, gastar en controles internos y, sobre todo, recibir cada tanto la mala noticia de que los procesos no andaban bien y los productos eran defectuosos y, por lo tanto, un proceso había que mejorarlo (pérdida de tiempo), una máquina había que cambiarla (pérdida de dinero) o un lote de producción había que desecharlo (pérdida de tiempo y muchísimo dinero).

Cuando se impuso la obligación de contar con sistemas de calidad adecuados y las empresas debieron ajustarse a normas para exportar, la cuestión cambió y de una ecuación aparentemente desfavorable aparecieron oportunidades que beneficiaron a la empresa a través de la mejora de los productos.

Aunque parezca mentira, el cambio fundamental debió ser cultural: introducir en los gerentes, supervisores y empleados la conciencia de que la calidad importa de manera efectiva y no declarativa.

Lo mismo ocurre con el ambiente: la calidad del ambiente importa y no como un lema de la dirección de una empresa o de un gobierno municipal; el ambiente importa porque en ello va la calidad de vida nuestra y de nuestros propios hijos y nietos. Y también debería ir en ello el futuro político del gobernante.

Colofón y anticipo de lo que viene

Se atribuye a Tolstoi la frase “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. En un próximo artículo trataremos la temática ambiental de nuestra gran aldea, la ciudad de Buenos Aires, para que el lector que vive en ella observe con detenimiento el mundo que lo rodea, quien lea la nota en las otras grandes o pequeñas ciudades del país pueda reconocer y reconocerse en lo que tratemos y, finalmente, para que, quien viva en el extranjero compare y escrute su propia aldea: las personas y lo que hacemos con el ambiente no somos tan distintos. La diferencia fundamental, en todo caso, es con qué responsabilidad encaramos nuestra vida en comunidad.

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EDUCACIÓN Y AMBIENTE: EN CAMINOS PARALELOS

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Noticias Ambientales

EDUCACIÓN Y AMBIENTE: EN CAMINOS PARALELOS

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Educación y trabajo

Dijimos en un artículo anterior que la educación, por sí sola, no tenía las posibilidades de cambiar a la sociedad y que no era conveniente que así fuera; que todo cambio en la sociedad debe ser consecuencia de transformaciones sucesivas y coherentes en todas las instituciones que la conforman.

Agregamos ahora: pretender un cambio desde la educación puede conducir a toda la sociedad hacia donde algunos focos de poder deseen orientar los intereses de la mayoría hacia intereses minoritarios. Hasta hace unos treinta años esos intereses eran fundamentalmente ideológicos. Ahora son esencialmente económicos y, en consecuencia, también -pero luego- ideológicos.   

Formar una persona que entre otras cosas tendrá que trabajar

Observe el lector que desde hace alrededor de un par de décadas se comenzó a pregonar que la educación debe orientar al alumno hacia el mundo del trabajo. La educación debe conducir a formar ciudadanos cultos, formados intelectual y espiritualmente para expresarse y desempeñarse con respeto y libertad en un mundo variado donde, entre otras cosas, tendrá que trabajar.  

Enviar a estudiantes de enseñanza media a hacer pasantías a empresas genera un sesgo en la persona que le quita opciones con la ilusión de abrirle un camino. Hace aproximadamente veinte años, una funcionaria de Educación de la provincia de Buenos Aires decía que, si un partido de la provincia tenía una fábrica de lácteos, los estudiantes debían formarse exclusivamente en esa producción. Nada más estrecho, cerrado y antieducativo puede imaginarse. Es verdad que, en una adolescencia sin futuro, un camino es mejor que ninguno, pero muchos caminos son infinitamente mejor que uno y único.  

¿Y si llevamos a los estudiantes a los museos?

Llevemos a los estudiantes a los museos de artes y ciencias que tenemos y muy buenos, y no solo los estaremos formando mientras charlan con los especialistas, sino que muy probablemente descubramos vocaciones en arte, en ciencias o, también en museología. Lo mismo con la industria: que los jóvenes recorran una acería con una buena explicación a su nivel y con esa sola visita de pocas horas pueden surgir vocaciones para la ingeniería.

Hagamos a los estudiantes viajar, intercambiar vivencias con otras regiones del país, y nos conoceremos mejor y entenderemos que hay un mundo país, hermoso y con necesidades, algo más allá de nuestro ombligo.

Basura Tecnológica

La cultura del trabajo

Dicen por ahí que se perdió la cultura del trabajo. Lo que se perdió, antes que nada, es el trabajo. También comentan que la gente no quiere trabajar: si la opción es dinero que cae del cielo del Estado a cambio de no hacer nada, yo me sumo y dedico mi tiempo a lo que más me gusta: pensar y escribir es decir a hacer nada para la mirada de muchos (pensar no es trabajar, pero escribir sí, decía un gran pensador y escritor argentino). Se erró en la extensión de la ayuda y se pretende cubrir eso con más ayuda a cambio de nada.

Repetimos: la cultura del trabajo no se pierde; primero se pierde el trabajo, después se tapa la carencia con dinero que muchas veces es más que lo que paga un trabajo medianamente digno.  

Con esa visión de educar para el mundo del trabajo, ¿para qué generar científicos en la Argentina si la producción científica no tiene un impacto rápido y directo sobre la sociedad? Es un buen punto: hay que cambiar la forma de producción científica y no tratar de evitar que se forme gente de ciencia.  

Inventar carreras atadas a la demanda

Los supuestos visionarios de la educación inventan carreras atadas a la demanda en el mercado. En los años 1990 se multiplicaron las carreras en informática y la inclusión de computación en todos los planes de estudios de casi todas las carreras, especialmente las de mi área, las técnico-científicas.

Dije inmediatamente que lo que se estaba enseñando era operación de programas y no computación ni informática, que lo que había que enseñar era programación. Programación, entonces y aún hoy, se podía aprender sin computadoras, como muchos colegios la enseñaban en la década de los 1970.

Nichos educativos donde reina la paz de los muertos

Si se quiere innovar en educación, especialmente la universitaria, debemos adelantarnos al menos 30 a 50 años a lo que viene. ¡Eso es hacer futurología científicamente! No se trata de aprovechar los “nichos de oportunidades educativas” para acá y ahora. En educación todo nicho nos conduce a cubículos oscuros, cerrados y tenebrosos donde reina la paz de los muertos…

Enseñar lo permanente

Lo mejor para estar siempre adelante en educación es enseñar bien las bases permanente de todas las grandes áreas del conocimiento, que no son tantas: el idioma (lengua y literatura; leer, leer mucho, siempre y todo, acorde a cada edad); la matemática (el pensamiento abstracto pero también la aplicación de los números); las ciencias naturales (biología, física y química, en ese orden y con mucha observación y experimentos desde las edades más pequeñas); las ciencias antropológicas (las relaciones entre geografía e historia, que hoy, ayudado con los viajes virtuales por internet permite aprender en pocas semanas lo que antes costaba varios años) y, finalmente, pero como centro observacional de todo eso, discutir sobre el presente: la tecnología, el ambiente, las ideas y las creencias.

La buena educación no está para aceptar lo que nos proponen sino para cuestionarlo, buscarle fallas técnicas o éticas. Y descubiertas, corregirlas, crear algo mejor, fabricarlas y venderlas: ¡eso es generar trabajo a partir de la educación!

Frase antieducativa: “la ciencia cambia tanto que es imposible enseñarla toda”.
Respuesta: la ciencia no cambia demasiado y la Ciencia de base, casi nada. Las aplicaciones de la Ciencia sí cambian, y eso es la tecnología, algo que se sabe perecedero: se trata de entender cómo se interacciona con ella y que sabemos de antemano que pasará de moda y será reemplazada por otra supuestamente mejor que, por lo general, nos obligará a gastar más dinero antes de haberle sacado todo el provecho a la tecnología anterior.  Eso es consumismo a la máxima expresión.

Colofón ambiental

Pero ¿no era esta una columna sobre temas ambientales? Lo fue toda, pero hablando de asuntos de educación que repercuten, como todo, en el ambiente. Cada cambio tecnológico que no se aprovecha al máximo genera una cantidad de residuos de materiales supuestamente obsoletos que difícilmente puedan reciclarse en porcentajes elevados, utiliza insumos minerales que podrían haber pasado más tiempo quietecitos en la corteza terrestre y no cambiando de estado y composición química, generando emisiones peligrosas.

Aspectos elementales de la vida cotidiana no se han normalizado, como por ejemplo los cargadores y, sobre todo, las fichas de carga y la forma y tamaño de las baterías. Toda empresa tiene una supuesta conciencia ambiental que le es propia, porque la unificación de criterios y normas con otras empresas le impediría sacar ventajas competitivas y eso es mucho dinero.

Entonces, ¿a quién le importa el ambiente?  A usted y a mí, ciudadanos de a pie, que debemos soportar estos desatinos con la esperanza de que algo o alguien despierte a las conciencias. Eso, modestamente, intenta esta columna.  

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PARA EDUCAR HAY QUE CUESTIONAR LA EDUCACIÓN

PARA EDUCAR CUESTIONES 1200

Noticias Ambientales

PARA EDUCAR HAY QUE CUESTIONAR LA EDUCACIÓN

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

La educación no es el único factor de cambio. Últimamente, igual que cada tanto, se habla de la educación como un factor de cambio y de la posibilidad, incluso, de transformar el mundo a través de ella.

Esta afirmación, aun con algo de verdad, constituye en los tiempos actuales una utopía peligrosa y, en el mejor de los casos, es escasa de contenido, un cóctel al que le faltan ingredientes.

Es verdad que un buen sistema educativo es importante en la sociedad, pero tanto como lo es un buen sistema de salud, un sistema judicial, previsional, etc. Recordemos textualmente las palabras de Ortega y Gasset en su Misión de la Universidad, en la década de 1930: “No hay nación grande si no es grande su escuela, pero lo mismo puede decirse de su religión, de su política, de su economía y de mil cosas más”.

En una nación que no es enteramente grande ¿quién producirá el cambio reclamado? La responsabilidad recaería en una minoría aislada y, por lo tanto, ajena al ambiente social: una élite supuestamente superadora. En vista a las experiencias históricas en el mundo, resulta peligroso.

Vuelvo a citar al filósofo: “La escuela como institución normal de un país depende más del aire público en que íntegramente flota que del aire pedagógico producido artificialmente dentro de sus muros”. Es decir, debe haber vasos comunicantes entre ambos y debe haber algo más que mejore el aire público o que vaya mejorándolo de manera paulatina: se trata de un cambio cultural, al cual la educación contribuye, pero no es la única. Además, está a la vista que lo que hay naciones grandes o poderosas que tienen sistemas de enseñanza más bien flojos. El tema es tan complejo que, de por sí, requiere un tratamiento particular y que no esquivaremos más adelante.

Valores permanentes

Lo que es seguro es que, trabajando sobre Valores permanentes es posible conseguir transformaciones de base que nos pueden garantizar una convivencia más armónica. Pero para eso hay que aceptar que existen Valores permanentes, aunque la sociedad postmoderna quiera hacer creer que toda moral es relativa. Si me piden un Valor permanente, lo encuentro rápidamente: la solidaridad.

Hay más, por supuesto, pero con este basta para decir que los Valores permanentes deben enseñarse desde los primeros años de la niñez, en lo posible, desde la casa, pero si no, en la escuela.

En el mundo actual hay mucho que puede hacerse desde la educación, hoy y ahora, sin pedirle cambios estrambóticos: no olvidemos que en el mundo hay millones de niños que no reciben ningún tipo de educación, ni de calidad buena ni mala: eso, sin lugar a duda, es un desafío por resolver, concreto, factible e imprescindible.

También a través de la educación en procedimientos correctos podemos contribuir a mejorar nuestro entorno. Como decía un maestro mío: “hay muchas formas de hacer las cosas, pero algunas son mejores que otras”. Debe educarse tempranamente para hacer bien lo que se hace mal y hacer mejor lo que hacemos bien.

Niño reciclando

Educación ambiental

¿Cómo educar, por ejemplo, para que nuestro ambiente próximo no se degrade y podamos vivir de manera saludable y más agradable con nuestro prójimo?

En este punto se plantean dos posibilidades extremas: educar etariamente de arriba hacia abajo o hacerlo de abajo hacia arriba. En el primer caso, se requieren grandes inversiones en campañas de concientización para que los adultos adopten comportamientos que faciliten una convivencia ambientalmente sustentable.

Por ejemplo, en el manejo de residuos, funcionan bien las experiencias piloto en localidades pequeñas, donde es fácil hacer correcciones poco costosas en la medida en que se detecten fallas de procedimientos.

Fuimos testigos, y en alguna forma responsables, a través de cursos de capacitación y asesoramiento, de mejoras ambientales en la Patagonia, como la eliminación de bolsas plásticas y su reemplazo por textiles no tejidos también.

Sin embargo, los proyectos metodológicamente más eficientes consistieron en educar en la escuela y trasladar a través de los niños la enseñanza a los adultos. La responsabilidad y compromiso adquirida por un alumno de primaria permite modelar el comportamiento de los mayores: no arrojar papeles en la vereda, clasificación de residuos, reciclado, etc., se puede realizar con éxito en la escuela y trasladarlo a la familia y desde ellas al barrio y a toda la localidad.

Los residuos en las grandes ciudades

La situación en las grandes ciudades es diferente: si bien la educación escolar puede ser exitosa en la misma dirección que la explicada, se requiere un sistema de gestión municipal muy bien organizado para satisfacer y ordenar los esfuerzos de los vecinos.

Tomemos por caso la ciudad de Buenos Aires: la inversión en contenedores sin duda ha sido enorme; sin embargo, el funcionamiento del sistema es inadecuado porque no hay incentivos para la clasificación o, por el contrario, las exigencias para los vecinos no se condicen con lo que se sospecha es el destino final de los residuos separados.

Exigir lavar las botellas de bebida es impráctico, y las de aceites es difícil, requiere uso de grandes cantidades de detergentes, que se podría minimizar en procesos de lavado centralizado. Andes de exigir botellas limpias hay que enseñar a ahorrar en los productos que se emplean para ellos, como, por ejemplo, jabón y detergente.

Por otro lado, la población no conoce cómo es el sistema de gestión de residuos: qué se hace con sus botellas de plástico o de vidrio, cómo se reciclan, cómo es el negocio, muy rentable, por cierto, de la industria de los residuos. También se desconoce cómo funciona un relleno sanitario y cómo se compromete el futuro si no se minimiza la cantidad de residuos enterrados.

Muchos residuos que se generan en un hogar son peligrosos: aceites de máquina, solventes, pinturas, cartuchos de impresoras, etc.: ¿cómo se desechan de manera adecuada?

Hay tres disciplinas rectoras para enseñar, a través de ellas, cómo funciona la ciencia y la tecnología en la vida cotidiana; esas tres asignaturas son Física, Química y Biología. Una formación adecuada en las tres permite comprender cómo es y cómo se comporta el mundo que nos rodea por dentro y por fuera de nuestra piel.

Colofón comprometido

La temática ambiental debe dejar de ser un compromiso declarativo de las empresas y de los gobiernos: se deben efectuar acciones transparentes y disponerse de un sistema de formación -no de “información”- serio y profundo de acuerdo con el nivel de enseñanza al que se dirija.

Solo conociendo y conociéndonos podremos reconocernos y reconocer la importancia que nuestras acciones individuales pueden tener para contribuir a mejorar nuestro entorno. Un entorno mejor, está probado, nos permite vivir de mejor manera.   

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NOSOTROS Y NUESTRO AMBIENTE

NOSOTROS Y NUESTRO 1200

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NOSOTROS Y NUESTRO AMBIENTE

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

La temática ambiental presenta sus ambigüedades. Por lo pronto, los temas ambientales parecen siempre ser importantes (esto es, aparecer en los medios) cuando la palabra “ambiental” es el adjetivo de problema o catástrofe. Temas como la prevención y la educación ambiental deberían ser tratados sistemáticamente por la prensa, no solo cuando son noticia.

Sigamos con la ambigüedad del título de esta nota: nosotros: ¿quiénes? Respuesta: usted, yo, su familia y mi familia, los que vivimos en el barrio, la ciudad, una provincia, el país, el mundo… Y si nos diferenciamos del ambiente ¿por qué el posesivo “nuestro”?

Atardecer - Foto de Betania Fasoli

El ambiente no es nuestro: nosotros somos parte de él

Porque el adjetivo posesivo no tiene aquí sentido de “propiedad” de algo sino de “pertenencia a algo. El ambiente es nuestro, no porque nos pertenece sino porque pertenecemos a él: somos el ambiente y, sobre todo, somos parte del ambiente de otras especies.

¿Demasiado complicado? ¡Para nada! Se trata de pensar y aprovechar con calma esa posibilidad que nos da la lectura.

Cuando hablamos de ambiente es necesario familiarizarse con que en idioma español se refiere al conjunto de circunstancias o condiciones exteriores a un ser vivo que influyen en su desarrollo y en sus actividades. Sinónimos: medio, medio ambiente y medioambiente. El inglés aquí es más preciso: “environment”.

Nos relacionamos con el entorno

La temática ambiental se suele clasificar de acuerdo con nuestra mayor o menor proximidad con el entorno que nos interesa:

El ambiente local (por ejemplo, el municipal, que a su vez está compuesto por los sub-ambientes que conforman cada hogar, la cuadra, el barrio y la localidad).

El ambiente regional, vinculado generalmente con problemáticas comunes de una o varias provincias (por ejemplo, las del Noroeste Argentino).

El ambiente nacional, donde la temática abarca la totalidad de las regionales con proyección a todo el país.

Finalmente está el ambiente global, la Tierra como nuestro hogar, como suele decirse un tanto a la ligera.

Y ahora sí: la problemática ambiental

Cuando la temática ambiental se transforma en una preocupación para la comunidad se comienza a hablar de “problemática ambiental”. En nuestra experiencia, la percepción de la problemática ambiental de un habitante promedio, no especializado, es muy diferente de la aparente objetividad con que la percibe la ciencia para el mismo lugar, siempre y cuando la sociedad no esté influenciada por información mediática que suele magnificar el problema.

Pondremos un ejemplo concreto: hace más de dos décadas, un grupo de investigación que co-dirigía estaba interesado en prevenir los daños al patrimonio arqueológico que se produciría por la prospección minera de oro en una de las provincias patagónicas.

Cuando presentamos nuestro proyecto a las autoridades y fuerzas vivas de la localidad comprendimos que esa temática para ellos no era percibida ni considerada como problema; el problema, en esa localidad y en ese momento, era la generación de residuos sólidos urbanos y, en particular, los envases plásticos descartables.

¿Dejaba de ser un problema el que planteábamos? De ninguna manera: aprendimos que si queríamos tratar un tema de mayor magnitud o complejidad debíamos atender primero el que era percibido como el problema más serio e inmediato en la localidad.

Los residuos “en el patio de atrás”

Y aquí surge algo sorprendente: la problemática de los residuos sólidos domiciliarios se repite en todo el país (y muchas partes del mundo), independientemente del tamaño de la localidad. Más aún, el tipo de residuos generados en la mayoría de las localidades es muy similar, independientemente de la cantidad de habitantes.

Sorprendentemente, el tema de los residuos no está resuelto porque no está resuelta, entre otras cosas, su clasificación en el lugar donde se generan. Y no me refiero solamente a la Argentina: basta darse una vuelta “por el patio de atrás” de un centro comercial mediano o chico de los Estados Unidos de N.A. y verán a qué nos referimos.

Europa no es toda igual. ¿La diferencia? Educación y espacio. Los países con poco espacio se ven obligados a resolver el problema de los residuos de manera muy eficiente. Sin educación, sin embargo, no hay plan que funcione, a menos que se impongan penas severísimas a quienes no cumplan (por ejemplo, en países del sudeste asiático)

Colofón

Con este enfoque, conciso y lo más didáctico posible, seguiremos tratando en próximas notas la temática ambiental: la que nos urge como individuos de una pequeña sociedad y la que preocupa a los científicos del mundo, como miembros de la comunidad global.

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