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“SI SALVAMOS NUESTRA CIRCUNSTANCIA NOS SALVAMOS”

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Vivir filosóficamente

“Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, escribió en 1914 José Ortega y Gasset, el mayor filósofo que dio nuestra lengua en el siglo XX. La filosofía, tan abandonada y pretensiosamente reemplazada por otras disciplinas tiene, sin embargo, dos virtudes irremplazables por cualquier otra ciencia: por un lado, poner al hombre a la altura de su propio tiempo, como síntesis del pasado, para proyectarlo desde el presente hacia el futuro: diríamos hacerle presente el futuro a través del pasado; por otro lado, integrar en una sola y gran Ciencia las parcialidades -las perspectivas- de las ciencias particulares.

Por ejemplo, al principio del siglo anterior ni remotamente se consideraba al ambiente como una realidad preocupante; si lo hubiera sido, no se hubiesen tomado decisiones en favor de tecnologías que hoy estamos tratando de reemplazar (por ejemplo, los motores de combustión interna y el empleo de derivados de petróleo para esos mismos motores, para centrales de energía y para producir productos químicos). Sin embargo, hubo quien ya percibió la importancia de las circunstancias sobre la vida de cada uno de nosotros.

Yo y mi circunstancia

Volvamos, entonces, a Ortega; su discípulo Julián Marías hace algunas precisiones. En la frase del principio se dice dos veces YO; el segundo YO, el que tiene condición de atributo, es algo así como una noción abstracta, tal vez más relacionada con la naturaleza de nuestra humanidad que con UNO mismo. Ese segundo YO no tiene sentido si no va acompañado por MI circunstancia, ese conjunto de eventos y realidades que nunca nos son ajenas y que nos influyen a CADA UNO de manera diferente. Ese segundo YO y la circunstancia son lo que construyen al auténtico YO de cada uno, ese que nos hace únicos, irrepetibles y necesarios.

Pero detengámonos en qué es MI circunstancia. Podríamos decir que es aquello que nos rodea (a cada uno de nosotros, a cada YO) por afuera y por adentro de nuestra piel. Así vista, la piel es solamente una barrera que separa el mundo exterior de Mi mundo físico y psíquico interior: lo que ocurra en ambos son parte de MI circunstancia y cualquier modificación en esa circunstancia modificará a esa totalidad vital que denomino YO.

Demasiada filosofía…

¿Parece demasiado filosófico? ¡De eso se trata! De hacer que ESTO que llamo YO se salve, es decir, viva lo más posible, lo más sano posible y de la manera más feliz posible haciendo todo lo posible para salvar a su circunstancia, es decir haciendo todo el bien posible para salvarse.

Nada más lejos lo que acabamos de decir que el “sálvese quien pueda” de nuestros tiempos postmodernos, sino precisamente al revés: actuando para salvar a mi entorno me salvo también yo.

Imaginemos que cada uno de nosotros (es decir cada YO) estamos en el centro de una cebolla cortada de manera transversal: somos ese centro verdoso e insignificante, rodeado de capas o túnicas que constituyen nuestra circunstancia. Las túnicas más cercanas son nuestra circunstancia más próxima: nuestra familia, la canilla de la cocina, el gato y el perro… Ocurren cosas: acabo de discutir con mi hija, la canilla gotea, el gato acaba de arañar al perro porque quiso comerle su comida. Debemos actuar sobre esa circunstancia inmediata para bien de todos y para bien propio. Las cosas no pueden dejarse como están, es necesario hacer, recomponer, reparar.

Las capas de la cebolla se van alejando

La segunda capa de la cebolla es nuestra cuadra o, tal vez, los vecinos del edificio: este deja la basura desparramada en la vereda, aquellos ponen música fuerte hasta las tres de la madrugada, el perro del vecino corre a mi gato. De nuevo, la circunstancia raramente no me afecte, pero al afectarme a mí también afecta a otros.

Otra capa de esta cebolla imaginaria es el barrio: las calles están sucias, los contenedores repletos de basura y olorosos, los restaurantes y bares invaden las veredas con sus mesas, los delincuentes están al acecho y la policía no hace nada…

Las capas se van alejando físicamente de mí, pero su influencia puede ser cada vez mayor y mi inhabilidad para actuar sobre el entorno se complica: es más fácil recomponer la relación dentro de mi familia que terminar con los robos o conseguir que las autoridades limpien las calles.   

Así hasta los confines más alejados de mi ciudad y de mi país. La comunicación cada vez más rápida nos hace partícipes de lo que ocurre en los lugares más alejados del planeta: un incendio forestal en la provincia de Córdoba nos impacta como uno en Chile y una banda de traficantes de pornografía infantil de algún lugar de Europa pone en peligro real y en tiempo real a los niños de mi casa.

Vivir encebollados

Cada capa de la cebolla influye sobre las interiores y las exteriores a ella y todas influyen sobre mí. Esas capas son el ambiente que, de una u otra manera construimos con diferentes grados de responsabilidad cada uno de nosotros. Pero ¡cuidado! Nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que pensamos, porque las democracias nos permiten elegir y, así como cada voto cuenta (matemáticamente) para que un candidato gane, también cuenta (vale) a la hora de que el gobernante actúe. ¿Estoy diciendo que un voto de un ciudadano en otro país vale para mí? ¡Sí!, eso digo. Y no se trata de ideologías afines, se trata de algo mucho más serio: de que el bien triunfe sobre el mal. Porque en este mundo interconectado y confusamente relativista hay cosas que están bien y cosas que están mal. Más aún: hay muchas maneras de hacer bien las cosas, pero unas maneras son mejores que otras.

En el extremo, vemos que hay dos maneras de hacer el bien: se lo puede hacer bien o mal. Hacer mal el bien puede generar mucho mal, como ocurre, por ejemplo, en la educación con algunas tendencias pedagógicas (hablaremos de esto en otra oportunidad).

Por eso, es imperioso aprovechar las mismas comunicaciones para participar activamente o comunicando nuestras ideas, para lo cual es necesario pensar (no confundir con opinar). Y pensar es un acto de la voluntad y, por lo tanto, individual. “Hay que enseñar a pensar”, dicen algunos sin saber lo que dicen. Pensar es una actividad natural del ser humano; pensar con criterio, analizando hechos, conociendo el pasado, manejando las operaciones aritméticas básicas y un lenguaje preciso es otra historia muy distinta. Estamos rodeados de opinantes, personas sin formación, sistemática o no, que dicen lo que se les ocurre, sin detenerse a pensar dos segundos los que sale de sus bocas.

Volvamos al ejemplo de la cebolla. Si alguien inyecta un veneno en la túnica más externa, este se difundirá envenenando las capas interiores y envenenándome finalmente a mí. Ni qué decir si el veneno ingresa directamente a mí desde las raíces: el daño se irradiará desde mi circunstancia interna hacia el exterior. El veneno puede no ser un producto químico sino una información tendenciosa, un insulto, una agresión verbal a mi religión, a mi nacionalidad, a mi color de piel… Esos son los peores venenos porque son los que llegan directamente al alma.

Circunstancia y medio ambiente

Ahora podemos ver con claridad que aquellos que llamamos AMBIENTE es parte de mi circunstancia y como tal, parte de mi propio YO. Y vemos también que el ambiente, como lo entendemos con bastante superficialidad, no es solo el mal uso de pesticidas, los incendios intencionales o no de bosques, las emisiones de dióxido de carbono o la contaminación por desechar mal las pilas.

Todas esas son circunstancias que se unen a muchas otras, externas e internas a cada uno de nosotros, que nos van construyendo o nos van destruyendo lentamente. Reconocer eso implica estar alertas y que nada nos sea indiferente.

Todo lo que hacemos suma o resta para los demás y suma o resta en nosotros mismos. Es un error pensar que lo que a mí me favorece necesariamente perjudicará a otro (cuando el centro de la vida pasa por la economía, esto suele suceder).

Como dijimos en otra nota, nosotros somos el ambiente. Y ese ambiente por el que nos preocupamos, que intentamos cuidar con leyes y protocolos internacionales puede destruirse irreversiblemente en cuestión de segundos, por ejemplo, por una guerra.

Colofón circunstancial

Bastante antes que Ortega y Gasset, dicen que Napoleón dijo que “las leyes de las circunstancias son abolidas por nuevas circunstancias” y se preguntaba: “¿qué son las circunstancias? Yo creo las circunstancias”. Ambas frases son parcialmente ciertas y confirman lo que venimos diciendo: nuestras circunstancias son cambiantes, pero también podemos modificarlas. La vida es eso: construirnos desde nosotros mismos desde cada circunstancia personal.

La historia muestra que lo que a mí me beneficia de manera auténtica es lo que beneficia a otros. Para discernir claramente esto debemos pensar, usar nuestra inteligencia.

Solo la inteligencia de cada uno de nosotros (no la inteligencia humana, en forma genérica, ni la de unos pocos elegidos) salvará al ambiente, es decir, a nuestra circunstancia. Y nos salvará a nosotros mismos.

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1 comentario en "“SI SALVAMOS NUESTRA CIRCUNSTANCIA NOS SALVAMOS”"

  1. El análisis que hace el Dr Fasoli nos deja expectantes y perplejos pero nos sumerge en la cruda realidad. De adentro hacia afuera y viceversa somos uno. Como un enorme ser latiendo junto con el planeta. Y si no acompañamos ese latido de la forma simple y profunda que propone el escritor. No podremos seguir generando nada más. Nada más cierto. Excelente editorial

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