Social y Solidaria

CAMBIO CLIMÁTICO (II): LOS BONOS DE CARBONO

HUELLA DE CARBONO 1200

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CAMBIO CLIMÁTICO (II): LOS BONOS DE CARBONO

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

 

El tema del cambio climático fue tratado varias veces desde que comenzamos esta columna, allá en los comienzos de 2022. En octubre del año pasado explicamos brevemente el tema y anunciamos su continuación.

Resumamos en forma de ejercicio de preguntas y respuestas algunos aspectos importantes sobre este asunto, para llegar a presentar una alternativa con el fin de tratar de minimizar la principal causa del cambio climático.

El origen del cambio climático

Pregunta (P).  ¿Cuáles son las causas del cambio climático global

Entre las causas principales está la emisión de dióxido de carbono (se lo denomina CO2 y se lo nombra ce-o-dos), la cual es continua y descontrolada desde hace casi tres siglos”.

P. ¿El dióxido de carbono es el único gas responsable del cambio climático?

“No, hay otros gases que producen un efecto aún mayor que el CO2, como por ejemplo el metano (gas natural). Sin embargo, por cuestiones de uniformidad, las emisiones de gases de efecto invernadero se expresan en toneladas de CO2 equivalente (es decir que si se emite cierta cantidad de metano, lo que se indica es a cuánto dióxido de carbono equivaldría esa cantidad de metano).”

P. ¿De dónde provienen el dióxido de carbono y esos otros gases?

“El dióxido de carbono se origina principalmente en la combustión de combustibles fósiles (carbón y derivados del petróleo), pero también en otras actividades humanas como la deforestación, la que le quita al planeta los pulmones verdes capaces de transformar el CO2 en vida vegetal. El metano se produce, entre otras causas antropogénicas, como consecuencia de la cría intensiva de ganado, especialmente vacuno y ovino”.

P. ¿Cómo afecta el dióxido de carbono y otros gases a la temperatura del planeta?

Mediante el denominado efecto invernadero. La superficie de la tierra se calienta por la radiación solar, pero también se comporta como un espejo que refleja parte de esa radiación, devolviéndola al espacio. El CO2 y otros gases impiden que escape al espacio la radiación reflejada, esta calienta el gas atmosférico y hace que aumente la temperatura promedio del planeta”.

P. ¿Por qué se habla de cambio climático?

“Porque si bien, en promedio, la temperatura del planeta aumenta, ocurrirán fenómenos climáticos regionales que pueden afectar a cada lugar de manera muy diferente. Por ejemplo, la descongelación de masas de hielo por aumento de la temperatura producirá el movimiento de grandes cantidades de agua fría que puede hacer que disminuya la temperatura de zonas habitualmente cálidas.

Los hielos derretidos pueden aumentar el nivel de los océanos y hacer que muchas islas desaparezcan y las costas se modifiquen. Los cambios de temperatura en la atmósfera generan grandes movimientos de aire cuya consecuencia son tormentas violentas en lugares no preparados para enfrentarlos”.

El carbono deja su huella

P. ¿Cómo se expresan en números las emisiones de dióxido de carbono?

“Es costumbre hablar de la “huella de carbono”.

La huella de carbono de toda actividad se expresa en toneladas de CO2 equivalente (ver más arriba). El objetivo es reducir la huella de carbono de todo país, empresa o persona, es decir, disminuir la emisión de gases de efecto invernadero todo lo que sea posible”.

P. ¿Cómo se puede actuar para reducir la huella de carbono?

“Las acciones son a todos los niveles: gubernamental, empresarial e individual, emitiendo menos CO2 y otros gases. Para esto es necesario ahorrar energía, reemplazarla por formas renovables como la solar o la eólica y lograr procedimientos más eficientes en cualquier tipo de actividad. En definitiva, la huella de carbono se reduce actuando de manera solidaria de manera de reducir este fenómeno que afecta la “casa común”: nuestro planeta”.

P. ¿Es costoso conseguir eso?

“Por lo pronto requiere un cambio de actitud y de conducta; ni uno ni otro son inmediatos, involucran a la educación y tomar decisiones que afectan nuestras “zonas de confort”. Por otro lado, puede requerir de inversiones en proyectos de sustitución de tecnologías, capacitación de personal y otros gastos que no todos están dispuestos a hacer, a menos que se impongan penalidades o se reciban incentivos por reducir las emisiones.

El punto clave en esta última respuesta es que las acciones mencionadas son costosas y, como sostienen muchos, los individuos solo reaccionan cuando se les afecta el bolsillo. Para alentar actividades que reduzcan las emisiones de CO2 a través de acciones que impliquen inversiones se buscaron mecanismos económicos. Es aquí donde nace el sistema de bonos de carbono”.

La economía del cambio climático

“Los bonos de carbono son créditos que las empresas (gobiernos o, incluso personas individuales) pueden adquirir para compensar sus emisiones de CO2. Se propusieron en el Protocolo de Kyoto en 1997 por iniciativa de una economista argentina radicada en los Estados Unidos.  Un ejemplo sencillo y a nivel pequeño puede ayudar a comprender cómo funciona el sistema de bonos ambientales.

Supongamos que cada barrio cuenta con cinco contenedores de basura y que, por las razones que sean, el camión pasará una vez por semana llevándose solamente lo que hay dentro de cada contenedor.

La experiencia indica que el barrio genera mucho más que cinco contenedores por semana, así que una junta de expertos calcula cuánta basura debe generar cada usuario para que los contenedores no se llenen; supongamos dos bolsas de basura cada tres días. Pero ocurre que algunos usuarios generan menos que eso (digamos, solo una bolsa), algunos generan dos bolsas y otros generan bastante más (por ejemplo, cuatro bolsas).

Los usuarios que generan menos de dos bolsas pueden ser premiados con “bonos de basura”. A su vez, todos pueden proponerse generar menos y, de esta manera, obtener más bonos por ese esfuerzo. Por ejemplo, el vecino que generaba dos bolsas comienza a desperdiciar menos comida, comprar productos sueltos, etc., con lo que pasa a generar solo una bolsa de basura cada tres días; en compensación a ese esfuerzo recibirá sus bonos de carbono”.

P. ¿Para qué sirven esos bonos?

“Por ejemplo, para vendérselos a los que generan demasiado, de manera que puedan compensar su exceso con lo que ahorran otros. Como el precio de los bonos puede variar, ya que los que generan mucho tendrán que pagar multas por ese exceso de generación de basura, les convendrá invertir en procesos que les permita ahorrar.

La reducción de la generación de basura de los grandes hará que baje el precio de los bonos de los chicos. Se genera así una economía de mercado con el ahorro de la generación de basura.

 La basura de este ejemplo es la emisión de dióxido de carbono, los generadores son las empresas, los gobiernos y los individuos. La cantidad de CO2 que se puede introducir al ambiente surge de cálculos y protocolos tendientes a minimizar el cambio climático antes de que se vuelva un fenómeno incontrolable o irreversible”.

Colofón subjetivo

“No me gusta que el dinero sea la medida de todas las cosas. Preferiría una sociedad más solidaria, con personas que se preocupen por el prójimo, con gobiernos que se ocupen de algo más que ganar la próxima elección y empresas que no requieran de este tipo de incentivos o penalidades para propender al bien común.

Pero una cosa es la utopía de un mundo ideal y otra es la realidad que enfrentamos cada día. Como dejamos entrever muchas veces, podemos soñar un mundo perfecto, pero solo tratar de conseguir un mundo real que sea el mejor posible”.   

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CAMBIO Y PROGRESO: ¿PARA DÓNDE Y PARA QUÉ?

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CAMBIO Y PROGRESO: ¿PARA DÓNDE Y PARA QUÉ?

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

 

“Si de algo nos han querido convencer no solo los medios de comunicación, sino también la escuela y la universidad, es que vivimos en tiempos de cambio y progreso continuos. Sin entrar en profundidades filosóficas encerradas en aquello de que “lo único permanente es el cambio” (Heráclito, hace más de 2.500 años), lo curioso es que tanto al progreso como al cambio se los asimila como absolutos que, sin adjetivaciones adicionales, se interpretan como cosas buenas en sí mismas”.

 

¿De qué hablamos cuando hablamos de progreso?

“Si los líderes mundiales desencadenan una guerra nuclear veremos cómo es posible detener drásticamente el progreso. Dejemos que se exploten indiscriminada o furtivamente las reservas ictícolas de nuestro mar y dejarán de progresar los peces y la vida marina en nuestras aguas. Permitamos que se extraiga hasta los últimos miligramos de metales preciosos o estratégicos de los países más pobres, y la pobreza seguirá progresando en ellos, cada vez más, como hasta ahora. Dejemos que se sigan talando bosques y el mundo prosperará en infinitas cabañas de madera instaladas en desiertos naturales o en oasis artificiales, donde los más ricos disfruten cómodamente del progreso.

¿Estoy a favor de que progrese la ciencia médica? Por supuesto, pero si me ponen frente a una opción preferiría que la medicina actual llegue a todo el mundo por igual, pobres y ricos. Una cosa no quita la otra, pero dije si me ponían frente a una opción. Quiero decir que lo que denominamos progreso también requiere de prioridades, y las prioridades son necesarias si, como sabemos, los recursos económicos son limitados.

Pero hay otra razón por la que el progreso podría desacelerarse, y es si existiera una valoración ética de las consecuencias de determinadas “formas” de progreso. Es verdad que en la posmodernidad todo debate ético puede parecer estéril, pero si la discusión ética desencadena en nuevos instrumentos legales, muchas actividades generarían menos daño del que producen”.

 

El progreso que me conviene

“¿Me parece bien que cada vez estemos “más conectados”? Personalmente, con lo que hay actualmente me alcanza y me sobra. Viajando por primera vez al exterior, en los años 1980 me comunicaba por correo postal con familiares: cada carta tardaba entonces entre una semana y diez días en llegar al destinatario. En la década de los 1990 llamaba por teléfono público desde los Estados Unidos una vez por semana y tenía que usar cerca de 20 monedas de un cuarto de dólar para hablar por un teléfono público durante apenas un par de minutos. Veinte años después podía hablar con mis padres desde Europa dos veces por día mirándolos a la cara: recién aparecía el hoy casi abandonado Skype, reemplazado por Zoom, Meet y otras posibilidades no muy diferentes

En la actividad profesional, hace cuarenta años una búsqueda bibliográfica implicaba dedicar un día completo a la semana en la hemeroteca para encontrar las citas de artículos de investigación que, con suerte, habían sido publicados apenas tres meses atrás (solo la cita; conseguir el artículo original podía llevar un mes más). Ahora, con un par de horas por semana accedo a decenas de artículos completos que tienen fecha prevista de publicación recién para el año 2026.

Todo esto es más que suficiente para mí, pero insuficiente para quienes viven de la especulación financiera o los que hacen dinero cada vez que usted o yo hacemos click en las aplicaciones gratuitas”.

 

El avance del cangrejo

“La relatividad del concepto de progreso lo describió muy bien hace muchos años Umberto Eco con lo que llamó “el paso del cangrejo”: la conectividad por internet comprende una maraña de cables de miles y miles de kilómetros que atraviesan los océanos y cruzan valles y montañas por todo el mundo. Sin detenernos en las razones técnicas por lo que esto es así, en lo refererido a la transmisión hemos retrocedido, ya que la comunicación sin cables fue desarrollada por Guillermo Marconi en 1895 (¡casi 130 años atrás!).

Por otra parte, el cambio por el cambio mismo suele ser un desproporcionado (aunque fríamente calculado) desperdicio de dinero para la economía del hombre común: no alcanzamos a utilizar 10% de las capacidades del último teléfono móvil o computador portátil que ya nos presionan con un nuevo modelo, del que utilizaremos aún menos porque su capacidad de procesamiento aumentó mucho y nuestras pedestres necesidades apenas han cambiado”.

 

Progreso no es más consumo

“Todas estas reflexiones no son más que lo que habitualmente denominamos las consecuencias de haber caído en las trampas de la sociedad de consumo. Nosotros, de una manera u otra, somos víctimas -no siempre inocentes- de este modelo de sociedad. Y con esta afirmación no quisiera que se hagan interpretaciones políticas: las alternativas que tenemos son pocas y son malas.

Las nuevas opciones deben salir del interior mismo de cada sociedad, es decir de cada familia, de cada individuo. A fines del siglo XIX, cuando el modelo industrialista había reducido a su máxima expresión la iniciativa individual, los ingleses “descubrieron” a san Francisco de Asís: el ejemplo activo -la acción- de un santo del siglo XIII sirvió de refugio a una sociedad agobiada.

En el siglo XX pasó algo parecido: la relativización de las virtudes y las filosofías de la desesperanza tuvieron como reacción el redescubrimiento de la vieja filosofía escolástica medieval”.

 

Colofón

“Reacción y acción desde el fondo de nuestros corazones y desde la corteza de nuestro cerebro: eso es a lo que nos compromete el mundo actual, en defensa propia, en defensa del prójimo y en defensa del ambiente que nos rodea por afuera y por dentro de nuestra piel”.

 

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El Cambio Climático: Un Desafío Inmediato y a Mediano Plazo

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El Cambio Climático: Un Desafío Inmediato y a Mediano Plazo

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Hace unos treinta años, no estaba muy convencido de lo que se llamaba entonces “calentamiento global”, luego “cambio global” y ahora “cambio climático”. Mis dudas se basaban en algunas cuestiones experimentales: se usaban mediciones de temperaturas muy antiguas, hechas (según me parecía) con termómetros no estandarizados. Además, las mediciones del observatorio de Mauna Loa (Hawái) me resultaban insuficientes.

Recuerdo que los estudiantes me consultaban cómo tratar esa información que llegaba a la gente de forma sesgada por medios politizados. Mi respuesta fue durante mucho tiempo que, si las causas eran múltiples, había que actuar sobre las controlables como si fueran las únicas responsables del fenómeno.

Resumamos lo esencial del tema: si se cubre con un material transparente un lugar donde hay plantas, animales y personas, la luz del sol calienta el ambiente y el dióxido de carbono (CO2, se lo suele nombrar “ce-o-dos”) generado por la respiración retiene la radiación reflejada, produciendo un calentamiento que se conoce como “efecto invernadero”.

Lo mismo ocurre en la atmósfera cuando el dióxido de carbono se acumula en cantidades superiores a las que el ambiente puede tolerar. El punto era decidir si los responsables eran los seres vivos en general o si los humanos añadían dióxido de carbono para otros fines propios de su cultura. Mientras las pruebas parecían insuficientes, pasó como con el tabaco: el mundo se dividió en dos; por un lado, las tabacaleras y los fumadores y por el otro, el resto del mundo.

Las causas del cambio climático dependen de la actividad humana

En el tema del cambio climático, la politización siguió, sigue y seguirá por bastante tiempo. Pero ya no hay dudas de que las principales causas del cambio climático se deben a la actividad humana. Las contribuciones naturales, principalmente las volcánicas, no han variado significativamente en los últimos siglos. Repasemos, entonces, los principales aportes de la civilización industrial:

  • Combustión de combustibles fósiles: empleados para generar energía eléctrica, para uso doméstico e industrial, calefacción por gas natural y calderas a gas o combustibles líquidos, transporte terrestre, marítimo y aéreo.
  • Producciones industriales que descomponen minerales: industria de la cal y el cemento, producción de acero, entre otras.
  • Deforestación y quema indiscriminada de bosques: si bien esta última puede ser de origen natural, la intervención humana suele ser más difícil de controlar y compensar.
  • Ganadería y agricultura intensivas: contribuyen directamente con la producción de CO2 (ganadería) o indirectamente a través de la deforestación (agricultura).
  • Descomposición de residuos sólidos: el desperdicio de alimentos, los residuos orgánicos en general, producen grandes cantidades de dióxido de carbono. En muchos de estos puntos no se enfatiza lo suficiente un aspecto clave: la emisión de grandes cantidades de dióxido de carbono en tiempos muy cortos.

Esto es importante destacar porque hay quienes señalan que la materia orgánica, tarde o temprano se descompondrá y que los gases producidos intervendrán en lo que se denomina el ciclo del carbono: las plantas lo utilizarán para crecer y multiplicarse, consumiéndolo mediante la fotosíntesis.

Eso es una verdad a medias: si la velocidad con que se emite dióxido de carbono a la atmósfera supera a la que tienen las plantas para “capturarlo”, el gas se acumulará en el aire. El ejemplo es tan sencillo como esto: si me dan tiempo, puedo beber 1000 litros de agua; necesitaré poco más de un año para eso, pero si me los dan todos juntos, me ahogaré. Si a lo dicho se suma que la deforestación y la tendencia a la desertización de muchos territorios hace que no haya suficiente capacidad de captura por vegetación, el fenómeno se agrava.

Creer o no creer

Pero no se trata solo de “creer o no creer” en el efecto del hombre sobre el cambio climático. Se trata también del costo de las decisiones que implican cambiar el uso de la energía. Y aquí se presentan dos situaciones, una inmediata y otra a mediano plazo:

  • La inmediata es utilizar racionalmente la energía: esto tiene sus costos en términos de una supuesta pérdida de confort (hay países cuyo consumo energético por habitante es diez veces superior al promedio del planeta) y, sobre todo, una pérdida de rentabilidad de las empresas.
  • A mediano plazo habrá un cambio en la matriz energética. Ese cambio implica, por un lado, decidir qué reemplazará total o parcialmente a los combustibles fósiles. Por otro lado, cómo harán las empresas para reconvertirse sin perder rentabilidad y seguir manteniéndose “en el negocio” sin ser reemplazadas por otras. Hay una razón adicional: ¿y si la forma de emplear la energía cambia radicalmente? ¿Si la “nueva energía” no requiriera de grandes productores, acumulación y transporte? Ahí radica, a mi juicio, el quid del tema.

Y estas preguntas están planteadas desde el año 2000 y, todavía, se demora la respuesta, aunque yo y los profesionales con quienes trabajo, estamos convencidos de que la tenemos, al menos, parcialmente.

Trataremos de estos temas en próximas notas.

 

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¿PARA QUÉ LADO QUEDA EL AMBIENTE?

Conciencia ambiental 100

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¿PARA QUÉ LADO QUEDA EL AMBIENTE?

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Es tan amplia la variedad de cuestiones que se deben tratar cuando se habla del ambiente que es inevitable preguntarse de qué hablamos cuando se aborda el tema y quiénes deben comunicarlo. Algunos piensan que es necesario tener una especialización en periodismo ambiental, otros creen que son los expertos quienes deben “bajarlo” al público en general. Yo disiento en parte con ambas opiniones; debe ser quien lo haga con verdad, claridad y sin subestimar a quien recibe el mensaje. El asunto es particularmente importante porque de quién lo trate y de cómo se trate así se formará la opinión y se despertará el interés de cada uno de nosotros, al tiempo que se dirigirá la atención a diferentes aspectos de la problemática ambiental.

Expertos en ambiente

Comunicar es un arte que se estudia y que se perfecciona. La primera regla es conocer el tema del que se habla. Para hablar de ambiente habría que tener conocimientos básicos de química, física, biología y matemática. Conocimientos no superiores a los que todo estudiante debería adquirir en un buen colegio secundario, nivel en el que, además, debería haber disciplinas multidisciplinarias que, entre otras, traten la temática ambiental. Con esta base común, cualquier comunicador preparado en la especialidad podría entenderse con su público y ponerlo al tanto de novedades de la actualidad ambiental. Que el comunicador tenga conocimientos por encima del estándar tiene una ventaja adicional: el receptor de la noticia se informa bien y aprende, o sea, después de leerla o escucharla sabe sobre el tema más que al principio.

En el otro extremo, los expertos tienen el entrenamiento y el lenguaje para comunicarse con sus colegas, generalmente ultraespecialistas que manejan jergas poco comprensibles por el público no especializado; por lo pronto, dan por entendido lo básico y bastante más que lo básico: los expertos constituyen faunas y se entienden entre ellos con un número limitado pero encriptado de signos.  Por lo tanto, un experto en cualquier disciplina debe hacer un esfuerzo adicional, enorme, casi humano (si se me permite la humorada), para transmitir su conocimiento. A mi juicio, ese esfuerzo es tan monumental como elevar una roca de varias toneladas; por eso nunca entendí eso de “bajar” un tema sino, más bien, que se debe “subirlo al público”. Esto sin detenerme en la psicología de lo que significa “bajar” el conocimiento; sin embargo, no tengo aquí el propósito de generar polémicas innecesarias, a las que no rehúyo, por supuesto.

Las aristas del ambiente

Tratar periodísticamente un tema ambiental implica elegir entre varias opciones; cada una de ellas, por otro lado, puede estar condicionada por factores externos (es decir, ambientales) al comunicador. Veamos: pueden tratarse de manera más o menos sistemática, como lo hace esta columna, temas que no necesariamente sean noticia reciente; se trata más bien de periodismo científico o, más acertadamente, periodismo de divulgación científica. La temática ambiental es un transcurrir de eventos a través del tiempo, muchos de ellos relacionados, que se van enlazando a veces imperceptiblemente como podría ser el cambio climático y la sequía de algunas regiones: como causa de este cambio, hay una desertificación, pero también hay una oasificación[1] en muchas zonas del planeta. Por supuesto que una gran sequía repentina es noticia, pero habría que discutir si semejante evento es consecuencia del cambio climático o de la falta de previsión. De una manera u otra, se trata de un tema ambiental, aunque las explicaciones pueden ser diferentes y condicionadas por la conveniencia: muchas veces conviene echarle la culpa al cambio climático en vez de reconocer que debe invertirse en sistemas de riego o de cauces de desagüe para contrarrestar sequías y evitar inundaciones.

Hay noticias que se ocultan deliberadamente y temáticas que premeditadamente no se discuten en profundidad. Hay miedo a saber y miedo a que otros sepan; es así como se generan tabúes que casi siempre son el resultado de silenciar la realidad. Y cuando no queda más remedio que enfrentarla (ya que la realidad nos desborda), se plantean disyuntivas sin argumentación, como: “minería SÍ” o “minería NO”; y lo lamentable es que es “SÍ porque sí “y “NO porque no”, sin demostración o justificación.

[1] La palabra *osasificación aún no está en el diccionario de la lengua, pero seguramente, lo estará pronto.

¿Para qué lado miramos?

El punto es que cualquier persona interesada en la problemática ambiental -o cualquier otra temática- debería ser capaz de entender por su propia cuenta y para eso hay que manejar un conocimiento mínimo. La tan mentada decadencia del sistema educativo es una consecuencia de esto: cuanto menos sepa la mayoría, más sabios parecerán los mediocres o, visto de otra manera, con menos esfuerzo podrán sobresalir frente a una mayoría cada vez más empobrecida en conocimientos y en su economía. Mi consejo para el lector de esta columna es sencillo, aunque requiere método y algún esfuerzo; si le interesa un tema ambiental siga estos pasos:

  1. Lea de varias fuentes confiables. Por ejemplo, comunicaciones de alguna universidad: las universidades tienen repositorios de acceso libre donde hay trabajos de diferente nivel, incluyendo divulgación. Las ONG suelen manejar buenos argumentos, aunque sesgados. Hay buenos trabajos de divulgación científica en los medios, pero desconfíe siempre de notas traducidas por alguien que no sepa ciencia (se leen barbaridades indefendibles).
  2. Si lee una nota firmada o escucha una opinión de primera mano, vea los antecedentes de quien las dice.
  3. Cuando no entienda un asunto que le interese, no abandone: busque lo básico en internet y las palabras claves en el diccionario (la Real Academia de la Lengua Española lo tiene en línea: todos deberíamos descargarlo en nuestro celular).
  4. Escriba sus propias ideas o sus dudas y consúltelas: llame a las universidades, pida hablar con profesores, averigüe sobre charlas de divulgación.
  5. Saque sus conclusiones basándose en sus propios argumentos, sostenidos a su vez por los argumentos de los especialistas. Asegúrese de que lo que piensa es por usted mismo y no por la opinión de otro.

¿Y cómo se elige un tema? ¡Mirando a su alrededor y deteniéndose a observar! Es el mejor ejercicio para entrenar la curiosidad: comunicarse con los sentidos atentos y sumergidos en el ambiente y, sobre todo, mirando a los ojos a los demás. Mirar a los ojos es una actividad que se ha perdido, sustituida por mirar una pantalla. No hay edad para ser curioso.

Colofón aclaratorio

En este punto, la editora de Social y Solidaria se estará preguntando sobre el título de este trabajo. Si no lo modificó hasta aquí, ella y los lectores merecen una explicación: el ambiente, nuestra circunstancia, es todo aquello que nos rodea por adentro y por fuera de nuestra piel, como ya lo dijimos en una nota anterior: no importa para qué lado miremos, allí estará, esperando de nuestro compromiso con él, de nuestra acción solidaria: al ambiente no puede dársele la espalda. Nuestro ambiente es la excepcional sequía que asoló al país y que medimos en dólares, pero también son ese papá y su hijita que, desde hace apenas una semana, duermen en la calle en la esquina de Álvarez Jonte y Bolivia, en plena ciudad de Buenos Aires[2].  

[2] Que a la semana de haber escrito esta nota ambos no estén ya en esa esquina no tranquiliza, sino que exacerba la angustia por no saber qué habrá sido de ellos.

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INTELIGENCIA ARTIFICIAL

INTELIGENCIA ARTIFICIAL 1200

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INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Confieso que el tema de la inteligencia artificial, como dicen los jóvenes, me “hace ruido”. Fue prevista hace muchas décadas y no nos sorprende a los que nos dedicamos a la ciencia porque lo que se denomina ciencia ficción es, en general, ciencia de anticipación, que es lo que hacemos los que nos dedicamos profesionalmente a la investigación y el desarrollo. Por otro lado, los buscadores de la web y los respondedores automáticos de correos electrónicos ya la usan hace mucho.

Al principio dudé del nombre ampuloso -prefería inteligencia automática-, pero lo dejo como está; está bien llamada, porque hay una inteligencia natural, la nuestra, y porque la diferencia es tan grande como la que existe entre una rosa natural y una rosa artificial, a la que nunca preferiremos a la primera, aunque tenga el mismo aroma.

¿Qué le falta a la inteligencia artificial que tiene la inteligencia natural hasta este momento? Al menos dos cosas: la automotivación y el sentimiento.

Inteligencia y necesidad

Comencemos por lo primero: usamos nuestra inteligencia porque tenemos una necesidad, no tiene por qué ser material ni económica; hay un “querer saber” puro (necesidad espiritual) y un querer saber “para algo” (necesidad material). La inteligencia artificial puede satisfacer muy bien ambos fines, pero quienes no son “resultadistas” siempre tendrán la alternativa de preguntarse un nuevo “por qué”, hasta poner a prueba la inteligencia de la máquina.

Pongámoslo de otra manera: una persona que se entretiene haciendo crucigramas podrá, con inteligencia artificial, resolverlos en pocos segundos; pero de esa resolución a la persona le quedará la satisfacción poco honrosa de que solo hizo de mediador entre la grilla y la máquina.

En verdad, aprendió cosas nuevas y las disfrutará recién cuando no tenga necesidad del programa de inteligencia artificial para dar la respuesta: la persona aprendió de la máquina como podría haber aprendido de un libro, aunque con menos esfuerzo. Ningún jugador de ajedrez juega desde hace mucho con las computadoras porque irremediablemente perderá porque la máquina ya es invencible, excepto frente a otra máquina.

Estas competencias entre computadoras pueden derivar en un interesante entretenimiento para programadores y para juegos de apuestas, aunque sospecho que en poco tiempo las partidas terminarán en aburridísimos empates

Mi inteligencia es mía

Aquí se plantea un problema interesante: ¿qué hacemos con el conocimiento original y propio? Particularmente, mi posición es la que sostengo desde que aparecieron las fuentes de conocimiento “libre”. Siempre consideré que era material con el que se cargarían de datos máquinas que serían cada vez más “inteligentes”; máquinas a las que luego las usarían sus dueños u otras personas para lucrar. En la web nada es gratis y lo que parece gratis es para monetizarlo de otra manera.

Hay infinidad de actividades aparentemente gratuitas que en realidad se pagan con creces de diversas formas; las más ambiciosas pertenecen al mundo específico de la ciencia y la tecnología, y hablaremos de ellas en otro momento.

Por lo pronto, nunca puse información o conocimiento personal en esas fuentes, nunca corregí sus errores y nunca escribí nada que no llevara mi firma. Mi inteligencia es limitada, es humilde y escasa, pero es mía y está al servicio de mi familia, mis estudiantes, mis discípulos, mis colaboradores y mi país. Ellos harán luego con sus propios conocimientos lo que quieran o lo que puedan.

Inteligencia artificial aquí, ahora y mañana

Volviendo a la actualidad, la experiencia del uso de la inteligencia artificial al alcance del público hasta el momento es pobre: no responde preguntas de nivel medio universitario de disciplinas como química y física (son las que nos interesa a mis colegas y a mí). La inteligencia artificial es astuta: ante su ignorancia pide que se le enseñe; yo no lo hago, por lo que dije más arriba.

Además, como profesor y humano, le enseño a personas que sienten y se emocionan ante la observación detallada de la naturaleza. En la Argentina, hay empresas de servicios que se jactan de que estamos siendo atendidos por un emulador de voz con inteligencia artificial; esas máquinas parlanchinas apenas entienden tres instrucciones y solo responden con eficiencia a dos palabras: saldo y deuda. Por ahora, solo consiguen enojarnos y que pierdan sus empleos personas de carne y hueso.

Naturalmente, hay ámbitos donde la capacidad de la inteligencia artificial está más desarrollada y la posibilidad de que ella interaccione ampliamente con cada uno de nosotros en la vida cotidiana podrá -como con otras situaciones que involucran a los sistemas informáticos – restringir nuestra libertad.

De hecho, ya muchos se han ido acostumbrando a ello y lo están aceptando sin mucha crítica: ¿qué derecho hay para que luego de una conversación con amigos debamos ser bombardeados por publicidad referida al tema? ¿por qué un robot “lee” mis mails y me propone respuestas?, ¿por qué las cámaras de la PC pueden “observarnos” sin nuestra autorización?

Es imperativo un debate ético al respecto; más aún, considero que muchas de estas nuevas tecnologías deberían discutirse éticamente antes de emplearse públicamente.

Inteligencia poética

Por otro lado, una máquina tal vez pueda escribir, como el poeta, estos versos:

                                                   “Creo en el alba oír un atareado
                                                   rumor de multitudes que se alejan:
                                                   son lo que me han querido y olvidado;
                                                   espacio y tiempo y Borges ya me dejan”.

La máquina podrá hacernos vibrar con ellos, pero ella misma no podrá vibrar ni al “leerlos” ni al “escribirlos”. Peor aún: podrá simular que vibra, podrá imitar emocionarse, pero ni vibrará ni se emocionará desde lo más profundo de su alma, sencillamente porque no la tiene; el “alma artificial” no existe ni existirá, pero podrá imitarse.

Y entraremos así en un mundo de falsedades en el que, lamento decirlo, lentamente ya vamos incursionando desde, aproximadamente, finales de la segunda década del siglo XX.

Colofón trascendente

Todo este tema me ha sugerido algo que les presto a mis amigos filósofos como principio de demostración de un problema clave. Muchos piensan desde hace décadas que la Torre de Babel sigue en construcción. Coincido cada vez más con ellos: es una interesante interpretación para discutir en un foro académico o con amigos, buen vino y buenos quesos mediante.

El hombre[1] ha desarrollado desde sus inicios su capacidad de creador, primero tomando como referencia a un Ser superior, puro acto y pura bondad; luego, desde el siglo XIX, intentando reemplazarlo por su propia capacidad de comprender al mundo, de dominar a la naturaleza y hasta de llegar a manipular la vida aún en contra de las leyes naturales.

Nuestra imperfecta inteligencia pudo, a través de los milenios, perfeccionarse hasta ser capaz de crear a su vez, hoy en día, una inteligencia que, entre otras cosas, puede aprender por sí misma. No sabemos si esta nueva inteligencia adquirirá pronto la capacidad de imaginarnos, concebirnos o aceptarnos como sus creadores.

En todo caso, quizás, esa duda o esa imposibilidad provenga de nuestras propias limitaciones. Si todo esto puede crearlo el hombre, con sus miserias y limitaciones, él mismo pudo haber sido creado por una inteligencia aún superior, que no posea nuestras miserias ni nuestras limitaciones.  

Y esa inteligencia superior pudo, además, proporcionarnos la libertad de obrar según nuestra propia conciencia y hacer un mundo cada vez mejor o cada vez peor, según nuestro albedrío. El hombre demuestra con su inteligencia y con su obra que una obra y una Inteligencia superior son posibles. A pesar de los incrédulos, Dios existe.

[1] Primera acepción del Diccionario de la Lengua Española: Ser animado racional, varón o mujer.

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“SI SALVAMOS NUESTRA CIRCUNSTANCIA NOS SALVAMOS”

AMBIENTALES 1200

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“SI SALVAMOS NUESTRA CIRCUNSTANCIA NOS SALVAMOS”

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Vivir filosóficamente

“Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, escribió en 1914 José Ortega y Gasset, el mayor filósofo que dio nuestra lengua en el siglo XX. La filosofía, tan abandonada y pretensiosamente reemplazada por otras disciplinas tiene, sin embargo, dos virtudes irremplazables por cualquier otra ciencia: por un lado, poner al hombre a la altura de su propio tiempo, como síntesis del pasado, para proyectarlo desde el presente hacia el futuro: diríamos hacerle presente el futuro a través del pasado; por otro lado, integrar en una sola y gran Ciencia las parcialidades -las perspectivas- de las ciencias particulares.

Por ejemplo, al principio del siglo anterior ni remotamente se consideraba al ambiente como una realidad preocupante; si lo hubiera sido, no se hubiesen tomado decisiones en favor de tecnologías que hoy estamos tratando de reemplazar (por ejemplo, los motores de combustión interna y el empleo de derivados de petróleo para esos mismos motores, para centrales de energía y para producir productos químicos). Sin embargo, hubo quien ya percibió la importancia de las circunstancias sobre la vida de cada uno de nosotros.

Yo y mi circunstancia

Volvamos, entonces, a Ortega; su discípulo Julián Marías hace algunas precisiones. En la frase del principio se dice dos veces YO; el segundo YO, el que tiene condición de atributo, es algo así como una noción abstracta, tal vez más relacionada con la naturaleza de nuestra humanidad que con UNO mismo. Ese segundo YO no tiene sentido si no va acompañado por MI circunstancia, ese conjunto de eventos y realidades que nunca nos son ajenas y que nos influyen a CADA UNO de manera diferente. Ese segundo YO y la circunstancia son lo que construyen al auténtico YO de cada uno, ese que nos hace únicos, irrepetibles y necesarios.

Pero detengámonos en qué es MI circunstancia. Podríamos decir que es aquello que nos rodea (a cada uno de nosotros, a cada YO) por afuera y por adentro de nuestra piel. Así vista, la piel es solamente una barrera que separa el mundo exterior de Mi mundo físico y psíquico interior: lo que ocurra en ambos son parte de MI circunstancia y cualquier modificación en esa circunstancia modificará a esa totalidad vital que denomino YO.

Demasiada filosofía…

¿Parece demasiado filosófico? ¡De eso se trata! De hacer que ESTO que llamo YO se salve, es decir, viva lo más posible, lo más sano posible y de la manera más feliz posible haciendo todo lo posible para salvar a su circunstancia, es decir haciendo todo el bien posible para salvarse.

Nada más lejos lo que acabamos de decir que el “sálvese quien pueda” de nuestros tiempos postmodernos, sino precisamente al revés: actuando para salvar a mi entorno me salvo también yo.

Imaginemos que cada uno de nosotros (es decir cada YO) estamos en el centro de una cebolla cortada de manera transversal: somos ese centro verdoso e insignificante, rodeado de capas o túnicas que constituyen nuestra circunstancia. Las túnicas más cercanas son nuestra circunstancia más próxima: nuestra familia, la canilla de la cocina, el gato y el perro… Ocurren cosas: acabo de discutir con mi hija, la canilla gotea, el gato acaba de arañar al perro porque quiso comerle su comida. Debemos actuar sobre esa circunstancia inmediata para bien de todos y para bien propio. Las cosas no pueden dejarse como están, es necesario hacer, recomponer, reparar.

Las capas de la cebolla se van alejando

La segunda capa de la cebolla es nuestra cuadra o, tal vez, los vecinos del edificio: este deja la basura desparramada en la vereda, aquellos ponen música fuerte hasta las tres de la madrugada, el perro del vecino corre a mi gato. De nuevo, la circunstancia raramente no me afecte, pero al afectarme a mí también afecta a otros.

Otra capa de esta cebolla imaginaria es el barrio: las calles están sucias, los contenedores repletos de basura y olorosos, los restaurantes y bares invaden las veredas con sus mesas, los delincuentes están al acecho y la policía no hace nada…

Las capas se van alejando físicamente de mí, pero su influencia puede ser cada vez mayor y mi inhabilidad para actuar sobre el entorno se complica: es más fácil recomponer la relación dentro de mi familia que terminar con los robos o conseguir que las autoridades limpien las calles.   

Así hasta los confines más alejados de mi ciudad y de mi país. La comunicación cada vez más rápida nos hace partícipes de lo que ocurre en los lugares más alejados del planeta: un incendio forestal en la provincia de Córdoba nos impacta como uno en Chile y una banda de traficantes de pornografía infantil de algún lugar de Europa pone en peligro real y en tiempo real a los niños de mi casa.

Vivir encebollados

Cada capa de la cebolla influye sobre las interiores y las exteriores a ella y todas influyen sobre mí. Esas capas son el ambiente que, de una u otra manera construimos con diferentes grados de responsabilidad cada uno de nosotros. Pero ¡cuidado! Nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que pensamos, porque las democracias nos permiten elegir y, así como cada voto cuenta (matemáticamente) para que un candidato gane, también cuenta (vale) a la hora de que el gobernante actúe. ¿Estoy diciendo que un voto de un ciudadano en otro país vale para mí? ¡Sí!, eso digo. Y no se trata de ideologías afines, se trata de algo mucho más serio: de que el bien triunfe sobre el mal. Porque en este mundo interconectado y confusamente relativista hay cosas que están bien y cosas que están mal. Más aún: hay muchas maneras de hacer bien las cosas, pero unas maneras son mejores que otras.

En el extremo, vemos que hay dos maneras de hacer el bien: se lo puede hacer bien o mal. Hacer mal el bien puede generar mucho mal, como ocurre, por ejemplo, en la educación con algunas tendencias pedagógicas (hablaremos de esto en otra oportunidad).

Por eso, es imperioso aprovechar las mismas comunicaciones para participar activamente o comunicando nuestras ideas, para lo cual es necesario pensar (no confundir con opinar). Y pensar es un acto de la voluntad y, por lo tanto, individual. “Hay que enseñar a pensar”, dicen algunos sin saber lo que dicen. Pensar es una actividad natural del ser humano; pensar con criterio, analizando hechos, conociendo el pasado, manejando las operaciones aritméticas básicas y un lenguaje preciso es otra historia muy distinta. Estamos rodeados de opinantes, personas sin formación, sistemática o no, que dicen lo que se les ocurre, sin detenerse a pensar dos segundos los que sale de sus bocas.

Volvamos al ejemplo de la cebolla. Si alguien inyecta un veneno en la túnica más externa, este se difundirá envenenando las capas interiores y envenenándome finalmente a mí. Ni qué decir si el veneno ingresa directamente a mí desde las raíces: el daño se irradiará desde mi circunstancia interna hacia el exterior. El veneno puede no ser un producto químico sino una información tendenciosa, un insulto, una agresión verbal a mi religión, a mi nacionalidad, a mi color de piel… Esos son los peores venenos porque son los que llegan directamente al alma.

Circunstancia y medio ambiente

Ahora podemos ver con claridad que aquellos que llamamos AMBIENTE es parte de mi circunstancia y como tal, parte de mi propio YO. Y vemos también que el ambiente, como lo entendemos con bastante superficialidad, no es solo el mal uso de pesticidas, los incendios intencionales o no de bosques, las emisiones de dióxido de carbono o la contaminación por desechar mal las pilas.

Todas esas son circunstancias que se unen a muchas otras, externas e internas a cada uno de nosotros, que nos van construyendo o nos van destruyendo lentamente. Reconocer eso implica estar alertas y que nada nos sea indiferente.

Todo lo que hacemos suma o resta para los demás y suma o resta en nosotros mismos. Es un error pensar que lo que a mí me favorece necesariamente perjudicará a otro (cuando el centro de la vida pasa por la economía, esto suele suceder).

Como dijimos en otra nota, nosotros somos el ambiente. Y ese ambiente por el que nos preocupamos, que intentamos cuidar con leyes y protocolos internacionales puede destruirse irreversiblemente en cuestión de segundos, por ejemplo, por una guerra.

Colofón circunstancial

Bastante antes que Ortega y Gasset, dicen que Napoleón dijo que “las leyes de las circunstancias son abolidas por nuevas circunstancias” y se preguntaba: “¿qué son las circunstancias? Yo creo las circunstancias”. Ambas frases son parcialmente ciertas y confirman lo que venimos diciendo: nuestras circunstancias son cambiantes, pero también podemos modificarlas. La vida es eso: construirnos desde nosotros mismos desde cada circunstancia personal.

La historia muestra que lo que a mí me beneficia de manera auténtica es lo que beneficia a otros. Para discernir claramente esto debemos pensar, usar nuestra inteligencia.

Solo la inteligencia de cada uno de nosotros (no la inteligencia humana, en forma genérica, ni la de unos pocos elegidos) salvará al ambiente, es decir, a nuestra circunstancia. Y nos salvará a nosotros mismos.

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PERDIDO EN LA GRAN CIUDAD

NOTA AMBIENTAL 1200

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PERDIDO EN LA GRAN CIUDAD

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Dijimos varias veces y de diversas maneras desde estas páginas que el ambiente es lo que nos rodea por afuera de nuestra piel y que, a su vez, nosotros somos partes del ambiente del prójimo.

Nos detuvimos ya en la cuestión de esa proximidad porque parece que los grandes temas ambientales son los que nos aproximan a una catástrofe mundial: el “agujero” en la capa de ozono y la emergencia climática o cambio global. Se tienen aparentemente fuera del ambiente las migraciones masivas, las guerras, las enfermedades y la pobreza.

Pero en estas notas somos más modestos aún: nos preocupa el ambiente cercano, ese que nos quita la armonía cotidiana que damos por asegurada, que transforma la rutina de lo predecible en una complicación inesperada que nos exaspera y, en definitiva, nos estresa innecesariamente.

Repasaremos el maltrato cotidiano que cada uno sufrimos desde nuestro ambiente cercano y que nos pone en un estado de indefensión capaz de llevar a la alteración psicológica al espíritu más templado.

Son unos pocos ejemplos que pueden pasar más o menos desapercibidos; el lector sabrá poner en evidencia los más groseros, que ordenados en una lista parecerían interminables.

Señales del caos

La Argentina en general y el área metropolitana en particular son los lugares peor señalizados del mundo. La desidia alcanza a la falta de nombre en muchísimas calles- puede caminarse decenas de cuadras sin ver la denominación de la transversal- y a calles con doble numeración en el Gran Buenos Aires.

Muchos nombres se abrevian, confundiendo al transeúnte local y ni qué decir del extranjero (¿por qué la avenida Francisco Beiró la escriben como Fco. Beiró?); hemos visto calles con el apellido antes del nombre (hasta hace poco, la calle María Catalina Marchi tenía un cartel que decía Marchi, María Catalina).

Muy cerca de ella, la calle Concepción Arenal tiene cartel de contramano tanto para quien desea doblar desde Cabildo como quien lo quiere hacer desde Manuel N. Savio.

La mayoría de los semáforos están colocados cruzando la bocacalle en vez de estar antes del cruce. Por ejemplo, si usted tiene luz verde por avenida Intendente Bullrich y gira a la derecha por la Avenida del Libertador, se encuentra con un semáforo rojo que aparentemente es para quienes esperan unos setenta metros más atrás, junto al campo de polo (!).

La señalización de rutas y autopistas es otra cosa digna de mencionar. Por ejemplo, para tomar el acceso Norte desde la General Paz hay que hacer una gran curva donde se indica que la velocidad máxima es 40 kilómetros por hora y que el radar vigila. ¿Hasta dónde tiene validez esa indicación? El sentido común sugiere que hasta que se unen los varios carriles del acceso, que vienen desde el Río de la Plata; así también lo indica el GPS.

Sin embargo, no hay señal que anuncie el permiso de aumentar la velocidad y los respetuosos deben soportar el asedio de los apurados (asedio: eufemismo por bocinazos e insultos de violencia desproporcionada).

Amigos extranjeros, acostumbrados a respetar los carriles en las rutas y autopistas de sus países, estuvieron a punto de accidentarse al seguir líneas de carriles que terminan contra el guarda-rail de la izquierda sin ningún aviso previo.

Traslado Monumento a Colón

Rehenes del pasado

El ser humano es un individuo histórico: conoce por referencia su pasado y debería servirle para corregir sus errores. Pero a su vez los acontecimientos de una época forman parte de la forma en que se vive en ella. Los hechos de un tiempo se juzgan con las leyes de ese tiempo; es absurdo juzgar el pasado lejano con las leyes o la ética del presente. No pretendo aquí dar una clase de filosofía histórica pero sí señalar los absurdos en los que caemos los argentinos.

Hace no muchos años se quitó de la hermosa plaza que está detrás de la Casa de Gobierno el fabuloso monumento a Cristóbal Colón, donado por la colectividad italiana; en su lugar se emplazó la de la heroína de la Independencia Juana Azurduy. Ambos finalmente terminaron castigados: Colón en un lugar desabrido junto al río, dándonos la espalda; como los porteños le damos la espalda al río, cosa de la que ya hablamos en otra nota, y nos ignoramos mutuamente.

Juana Azurduy fue desplazada frente al CCK: su valor histórico y visual fueron degradados porque en el antiguo predio de la Casa Rosada ahora hay…nada atractivo. Pero lo peor, y que debe llamar la atención a más de un visitante, es que el espacio verde sigue llamándose Parque Colón, que por él pasa la avenida de la Rábida y que hacia el sur comienza la hermosa avenida Paseo Colón.  

Mientras nos seguimos peleando con nuestro pasado y poniéndole nombres exóticos a su conmemoración, los EE.UU. homenajean a los colonizadores españoles: tienen el Día de Colón y en el sur del Estado de la Florida se recuerda con calles y monumentos a Ponce de León. Por cierto, el verbo “colonizar” no viene de Colón, sino que significa establecer una colonia; a su vez una colonia no es, en absoluto, sinónimo de conquista ni de esclavitud, aun cuando en ellas se pudieron cometer tropelías como en cualquier lado del mundo y en cualquier época.

¿Quién conoce el SIMELA?

El Sistema Métrico Legal Argentino –SIMELA- es el sistema de unidades de medida de uso obligatorio en el país, basado en el Sistema Internacional de Unidades. Por ley debe respetarse en cualquier documento oficial ya sea escrituras, planos, propiedad industrial, etc. y, por lo tanto, debería enseñarse a partir de los primeros años de la escuela primaria, además de ser de uso exclusivo en las universidades.

Solo algunos ejemplos: una salida del acceso norte dice: “CALLE THAMES 500 M” (el metro, unidad de longitud, tiene como símbolo la letra m, minúscula y sin punto final). Pero, enseguida, otro cartel dice: “Av. MÁQUEZ 350 m”. En el Acceso Oeste la salida a un aeropuerto se anunciaba a 500 MTS. (así, como una incorrecta abreviatura, con punto final).

La etiqueta de un alfajor dice que tiene 18,5 gr de hidratos de carbono; lo correcto es 18,5 g (símbolo de gramo) y que su “valor energético es” 145 kcal (kilocalorías); aunque esta forma de expresar el llamado también “valor calórico” de los alimentos es frecuente, lo aceptado por el SIMELA es expresarlo en kilojoules (o kilojulios); las 145 kcal del alfajor equivalen a 606 kJ (¡sí, la k minúscula por kilo y luego la J mayúscula por el nombre propio de Joule). Una dieta diaria de 2000 kcal corresponde a unos 8400 kJ.   

¿Parece difícil? Les aseguro que no, si se aprende desde chiquitos: así como al tema se lo enseñó mal puede enseñárselo bien, aunque sospecho que ni siquiera se enseña…

Colofón alterado

Hablamos de pequeñas agresiones al entendimiento, sutiles para muchos, sin importancia para muchos más, imperceptibles por acostumbramiento para la gran mayoría. Pero el ambiente es el otro, venimos diciendo, y hay muchos que están acostumbrados a vivir con cuestiones elementales ordenadas, entre ellos muchísimos visitantes de las provincias argentinas y del exterior del país.

Un querido profesor de la secundaria, a quien encontré poco después de egresar en una librería de la Avenida de Mayo, me dijo: “Fasoli: a veces me pregunto si no sería más saludable vivir en la ignorancia”. Dicha por él, historiador preparadísimo, la frase fue una clara ironía que me retumba hasta hoy.

La respuesta es: no y mil veces no; lo que debemos hacer es taladrar con la verdad y enseñar siempre. No engañarnos con los ídolos transitorios del presente y quedarnos con los hombres y mujeres egregios y permanentes. No importa que la confusión nos altere los nervios y nos haga vibrar interiormente.

Quien no vibra, quien se deja llevar por la corriente como el “Hombre Corcho” de Roberto Arlt, habrá vivido, pero “no honró la vida”, como nos dice Eladia Blázquez desde su maravillosa poesía.   

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BARBIJOS POR EL SUELO ¿NO ÍBAMOS A SER MEJORES?

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BARBIJOS POR EL SUELO ¿NO ÍBAMOS A SER MEJORES?

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Reflexiones de peatón

Camino por la ciudad de Buenos Aires postpandemia. Llevo mi mascarilla descartable como todos los días, dispuesto a ponérmela al subir al colectivo. Observo que la señora y el señor que habitualmente esperan en la parada delante de mí ya no la usan. Es cuando me doy cuenta de que las autoridades, que nos mantuvieron seguros y ordenados dentro de casa durante casi dos años, nunca decretaron oficialmente el final de la pandemia. El virus se fue, con la ayuda de la vacuna, pero nadie, absolutamente nadie, explicó nada ni avisó nada. Mal hecho: después de casi veinticuatro meses de cuidados, donde éramos aconsejados por infectólogos, psicólogos, sociólogos y periodistas (muchas veces contradictoriamente), nadie dijo más nada. ¿O lo dijeron y me lo habré perdido? ¿Estará escrito en el Boletín Oficial?

Contra los que piensan que lo que se olvida no existió nunca, lo que se olvida puede volver a repetirse, sin haber aprendido nada.

Se supone que somos seres racionales y, por lo tanto, históricos. No sabemos, como todos los seres vivos, de dónde venimos ni hacia dónde vamos, pero tenemos conciencia de ello y nos preocupa. Por eso tenemos ritos de paso. Era necesario ese rito que cerrara la pandemia, que nos dijera que lo peor pasó, y que -al tiempo de alertarnos de que debemos seguir cuidándonos- nos anunciara el final de una peste que se llevó casi ciento treinta mil vidas solamente en la Argentina. Enfermedad que, por lo que sabemos, sigue acechando, con brotes y rebrotes, en varios países del mundo.

Un extraño en la ciudad

Desciendo del colectivo. El barbijo me sigue acompañando y percibo que la gente me mira extrañada: es verdad, en el transporte lo teníamos puesto solamente dos, en la calle uno de cada diez o veinte y en la universidad, nadie. En el trayecto de unas pocas cuadras esquivé una veintena de mascarillas tiradas en la acera y la calzada, de colores rosado, negro, blancas y celestes, pisoteadas y arrastradas por el viento. Hace un rato estuvieron cubriendo bocas y narices, interponiéndose a ataques de tos y de estornudos. Ahora están en el suelo, esparciendo otros virus y bacterias por algunos minutos. No nos quedó ni el recuerdo de las microgotas de Flügge que se desparraman a cientos de kilómetros por hora y de cuyas consecuencias nos machacaban en la radio, la TV y los diarios. Más tarde, en una heladería pequeñita de mi barrio, una nena con una tos intensa y persistente compartirá su arsenal microbiano con el niñito que acaba de conocer allí.

Mi hija, que como toda mi familia sigue cuidándose mucho, se pescó a pesar de todo un estado gripal que la tuvo seis días en cama; el médico que la atendió por WhatsApp dijo que no hace falta hisoparse. Buscamos un autotest para COVID en las farmacias y en las pocas que lo comercializan está agotado.  Mi hija voluntariamente se aisló como si fuera COVID; tiene fiebre y una tos seca que le hace doler la panza. Por lo que informan en la radio, hay muchos casos similares y la mayoría son de gripe A. En un hospital de la ciudad de Buenos Aires informan que solo uno de cada doscientos hisopados da positivo de COVID. Pero hay gripe A, y se contagia: ¿vale la pena no cuidarse de ella o de otras gripes y enfermedades infecciosas que andan sueltas?

Entrábamos a las casas sin zapatos, dejábamos los abrigos en la puerta, nos lavábamos las manos y nos poníamos alcohol en gel: ¿no convendrá seguir haciéndolo? Silencio.

¿Aprendimos algo?

Íbamos a salir mejores de ese espanto. Aprendimos a cocinar los que nunca supimos hervir una papa; hicimos pan de masa madre, a la que cuidábamos reverencialmente, de forma casi religiosa. Fanáticos del asado se hicieron veganos; vegetarianos volvieron a probar carne. Pero al final de la pandemia, un aluvión enloquecido se arrojó sobre los mostradores de las casas de comida chatarra. Los docentes hicimos malabarismos para enseñar por internet; miles de estudiantes universitarios hicieron esfuerzos enormes para conectarse, estudiar sin compañeros, consultar en regiones remotas del país. Pero quienes cursaron cuarto y quinto año de la secundaria durante la pandemia quedaron inmovilizados en el tiempo: permanecieron un año totalmente encerrados, aprendiendo como pudieron y otro año yendo en burbujas, de vez en cuando, sin continuidad y, encima, con repentinas interrupciones. El resultado: miles de jóvenes sentados en bancos de la universidad, con cuerpos de adolescentes en mentes de niños. Otro triunfo de la mala política y de la imprevisión educativa. Sin duda, con tiempo, saldrán adelante, con mayor esfuerzo propio y de sus profesores: afortunadamente la juventud se sobrepone a todo.

Íbamos a salir mejores, a cuidarnos entre nosotros, a comprender al prójimo, a ponernos en el lugar del otro: se puso de moda la empatía. Íbamos a ser mejores, pero los mismos de siempre siguieron enriqueciéndose y los de siempre se siguieron empobreciendo y muchos perdieron el trabajo y la esperanza.

Aprendimos que el trabajo a distancia podía ser efectivo y eficiente. Que ahorrábamos tiempo y dinero en transporte y que muchas cosas que hacíamos en la oficina se podían hacer, incluso mejor, desde casa. Sin embargo, hace unos días nos enteramos de que una de las mentes brillantes que se hizo multimillonario con la tecnología compró una red social, despidió a la mitad de los empleados y hace ir a los que quedan a trabajar a la compañía. Íbamos a ser mejores, distintos y a aprovechar lo bueno que dejó el horror….

Íbamos a ser distintos, pero tan pronto se relajó la pandemia que nadie dio por terminada, una nueva e incomprensible guerra se desató en el continente que es padre y madre de nuestra cultura. Y la guerra es la misma guerra que vimos muchas veces: un agresor desembozado en pugna interminable contra decenas de países que se esconden detrás de un pueblo que es el que, en definitiva, pone el pecho a las balas.

Colofón esperanzado

Releo lo escrito y probablemente lo haga un par de veces más antes de enviárselo a la directora de Social y Solidaria. Ella, que tolera pacientemente que mis textos tengan periodicidad errática, tal vez lo publique. Se supone que escriba para la sección de Medio ambiente y no hice, hasta ahora, ninguna referencia directa a él.  De los grandes temas ambientales se ocupan muchos: los medios, las organizaciones no gubernamentales que ahora se visibilizan destruyendo obras de arte; hasta los gobiernos dicen se dedican a ellos: la falta de preocupación es una también una decisión, es decir una ocupación. Así que esta nota es pequeñita porque se ocupa de mí y de mi circunstancia, de usted y de su circunstancia: es decir, de uno y su entorno más próximo y más íntimo. Trabajar desde allí, cambiando desde allí, tal vez se pueda mejorar el mundo.  

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PINTEMOS NUESTRA ALDEA Parte3

PINTEMOS NUESTRA ALDEA 1200

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PINTEMOS NUESTRA ALDEA - 3ra parte

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
especializado en temas ambientales.
Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Retomemos el paseo por nuestra fascinante ciudad de Buenos Aires. Ciudad intensa como pocas, con bellezas arquitectónicas que se conservan a pesar del avance literalmente demoledor de las inversiones inmobiliarias.

Muchas veces estas inversiones consiguen esquivar códigos de construcción de manera que nos invitan a preguntarnos si las excepciones no violan el principio de igualdad ante la ley.

Los barrios olvidados

Frecuentemente ocurre que hay barrios que, por razones difíciles de comprender para el observador común, parecen despertarse de una siesta prolongada y crecen entre viejas construcciones recicladas, como ocurrió con el barrio de Palermo (Soho y Hollywood), Villa Urquiza y ahora está pasando con Villa Ortúzar. Pero hay otros que permanecen en un estado de peligroso decaimiento, donde atrás de sus paredes parecen adivinarse oscuras actividades y, muchas veces, se despiertan sospechas de ocupaciones clandestinas. Es el caso de las calles próximas a las avenidas Gaona y Juan B. Justo, al oeste de la avenida Nazca. La misma impresión dan algunas calles aledañas a la avenida Avellaneda, al este de Nazca, casi hasta Flores.

Es difícil saber qué ocurrirá con ellos, mientras se observa cómo se deterioran frentes añejos y hermosas puertas y ventanas de estilo aparecen tapiadas.

Otra vez el agua

Hubo un tiempo en que no había casa donde no faltaran canillas goteando o inodoros perdiendo litros de agua en delgados hilos que se escurrían continuamente a través de las juntas de goma. Los medidores de agua detuvieron ese derroche escandaloso a fuerza de aniquilar la economía familiar.

Sin embargo, el gasto que se comparte se diluye y es así como aun hoy se observa un atroz despilfarro en muchos edificios de departamentos, donde durante la mañana se limpian las veredas con ingentes cantidades de agua.

Los sistemas de lavado con poca agua y presión de aire todavía no son muy comunes en las viviendas, aunque sí en los lavaderos de autos, que están limpiando carrocerías con muy poco consumo, al tiempo que el uso de productos novedosos permite una mejor limpieza con menor contaminación ambiental.

Limpios, pero no tanto

La Argentina está entre los países que posee mayor consumo de productos de aseo personal y de limpieza en el mundo. Independientemente de que esta posición privilegiada está preferentemente relacionada al mal empleo de estos productos (especialmente los limpiadores domésticos), es llamativo que esa pulcritud individual y familiar no concuerde con el pésimo comportamiento en los lugares públicos.

En efecto, vemos automovilistas que se deshacen de papeles y latas a través de las ventanillas de sus vehículos; fumadores que después de la última pitada arrojan lo que queda del cigarrillo encendido hacia cualquier lado, sin preocuparle si quema una pierna de un adulto o el rostro de un niño; paseadores de perros que solo levantan las necesidades de sus pichichos si descubren algún testigo de la omisión prevista; cientos de lunares oscuros sobre las aceras, señales de chicles arrojados descuidadamente y pisoteados una y cien veces; baños de sitios públicos -incluidos restaurantes y universidades privadas – escandalosamente sucios; son una prueba del pobre compromiso social con la limpieza.

Todo esto, acompañado por una muy mala gestión de los residuos urbanos: basta ver el estado deplorable de los contenedores negros, maltratados por recicladores urbanos y por los mecanismos de los camiones recolectores que los sacuden hasta que se descalabran.

Ni que hablar del comportamiento indisciplinado para tratar materiales reciclables, en contenedores verdes que se usan para los mismos residuos que los negros. Recipientes con restos de pinturas, aceites de vehículos, insecticidas domésticos, cartuchos de impresoras, entre otros, se tiran con la basura común y se sospecha un destino final también común, poniendo en riesgo la salud de generaciones futuras.

No sabemos, porque los gobiernos no lo informan, si esos desechos son separados durante su clasificación final, aunque lo correcto sería contar con contenedores especiales para residuos peligrosos.

Educar al soberano

Terminamos nuevamente en el tema de la educación. La conducta social inadecuada es resultado de una falla grave en la educación de los niños. Todas las cuestiones relacionadas con la convivencia se aprenden con el ejemplo y esto se logra en los primeros años de la enseñanza.

No se requieren horas adicionales de clases ni maestros especiales para hacer bien las cosas, para tratar bien al compañero y al maestro, para respetar al niño hablándole de manera madura de acuerdo con su edad. Se debe enseñar en el aula lo que corresponde al aula, pero la escuela son esas cuatro paredes más el patio, los baños y los salones de actos.

La escuela es, sobre todo, el otro con el que se convive (con-vive) una parte importante del día. La escuela como contraposición de la calle, lugar de esa fauna humana heterogénea donde, entre otros, están los que han sido mal educados. Por eso la escuela debe ser un modelo para la sociedad y no, simplemente un espejo de ella.

Colofón ciudadano

Paseamos a través del relato por una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, que sigue los mandatos de las modas señalados por las grandes capitales: construcción, vestimenta y algunas costumbres son netamente importadas y arraigan rápidamente en la ciudad de Buenos Aires.

Pero nuestra ciudad también fue pionera en algunos progresos a nivel mundial: agua potable, ferrocarriles, tranvías (¡tuvimos tranvías!), son ejemplos de todo eso. En este paseo nos detuvimos a observar el ambiente que nos rodea y descubrimos mucho para mejorar. ¿Puede lograrse?

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PINTEMOS NUESTRA ALDEA -2da parte

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PINTEMOS NUESTRA ALDEA -2da parte

Por Héctor José Fasoli

Doctor en Química, docente e investigador,
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Premio Konex de Platino en Ciencia y Tecnología.

Buenos Aires: hermosas cafeterías con el peor café del mundo

Buenos Aires tiene la curiosa particularidad de estar geográficamente cada vez más alejada del río que la limita por el oeste y políticamente cada vez más alejada del hermoso país que la acompaña por el norte, el oeste y el sur.

Nos proponemos pintar nuestra aldea, describiendo su ambiente -es decir, lo que nos rodea- con la subjetividad que nos permite el vivir en una de las ciudades más importantes del mundo, y con la objetividad que aporta el conocimiento y el sentido común y, sobre todo, el buen sentido (este a veces se contrapone a aquel).

Será un paseo tranquilo pero una descripción viva y animada, tal como define el diccionario al verbo pintar. Acompáñenos.

La reina del Plata

Buenos Aires se modernizó y embelleció a partir de la epidemia trágica de fiebre amarilla de 1871. La decisión de entubar los arroyos que la atravesaban y esparcían lodos y aguas contaminadas en sus márgenes, permitieron que la ciudad, geográficamente aislada en franjas fangosas y peligrosas, se uniera en una amplia planicie con hermosas barrancas en zonas próximas al río. Esa decisión, que hoy sería muy cuestionada ambientalmente, permitió que se abriera la Avenida de Mayo, al tiempo que se desarrollaba el monumental sistema de obras sanitarias con una empresa nacional que sería ejemplo para toda América durante casi un siglo.

Tan rápida y elegante creció la ciudad en su coqueta calle que recuerda a Madrid, que al poco tiempo el gran depósito del majestuoso edificio del Palacio de las Aguas Corrientes de la avenida Córdoba al 1900 ya no podía proveer a los edificios altos del centro de la ciudad.

La reina del Plata tenía un palacio hermoso que cumplió su misión hasta fines de 1970; los depósitos de agua aún activos son los de Caballito (avenida Pedro Goyena) y Devoto (avenida Beiró). Tan magnífica obra ingeniería, en tiempos en que el ambiente no estaba en la agenda política excepto frente a grandes catástrofes, proveyó significativas ganancias prácticamente sin inversión a la concesión privada de los años 1990.

Antes de seguir, una curiosidad: esa vocación por monarcas y palacios que nos rodea (Buenos Aires tiene o tuvo desde “El rey del confort” hasta el “Palacio de la papa frita”), ¿no ocultará un sentimiento no cristalizado originalmente que algunos próceres entrevieron como salida a la nación que se formaba a principios del siglo XIX?

¿Dónde está el río?

La ciudad tapó sus arroyos y se alejó, a fuerza de relleno constante, del Río de la Plata. De sus aguas color castaño proviene el agua potable de excelente calidad desde hace bastante más de un siglo. Ese mismo río, sin embargo, parece estar cada vez más lejos de Buenos Aires y más cerca de Montevideo. A su vera mandamos, como encondiéndolo, el monumento al hombre genial, ocasionalmente en desgracia, acusándolo de traición por descubrimiento.

La memoria reciente y parcializada también tiene un lugar allí, como lo tiene una mágica reserva ecológica que apareció como consecuencia de frustradas inversiones inmobiliarias en tierras ganadas (¿ganadas?) al río. Hoy se proyectan barrios carísimos y, por lo tanto, exclusivos, que seguirán construyendo un muro entre nosotros y ese mismo río que nos sostiene ambiental y económicamente.

Hace unos días iba conduciendo por la avenida Lugones con el navegador del auto activado y de repente me encontré comentándole a un amigo: “me gusta recorrer Buenos Aires con el GPS: puedo apreciar la imponencia de nuestro río mejor que paseando por la costanera”.

Buenos Aires tiene la curiosa particularidad de estar geográficamente cada vez más alejada del río que la limita por el oeste y políticamente cada vez más alejada del hermoso país que la acompaña por el norte, el oeste y el sur.

Mirar para arriba

Teniendo cuidado de no tropezar y caer sobre necesidades caninas y las necedades de sus tutores, mire por encima de las marquesinas comerciales que dividen en dos a los edificios, paralelamente a la vereda; el observador apreciará los balcones y terrazas de construcciones añejas y hermosas, perdidas entre una maraña de letras de colores y cables enredados de compañías de cable, electricidad y teléfono.

Barrios como Floresta tienen construcciones cuyos frentes fueron copiados de Barrio Parque, allá en Palermo Chico: toda una paquetería que se permitió una sociedad trabajadora, con aspiraciones pequeño burguesa que se instaló en barrios periféricos, más allá de Flores.

Vi hace unos pocos años una solución simple, económica y bella que cambió la vista de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca: todas las marquesinas del centro histórico debieron removerse y colocarse en forma plana sobre la pared y no volada sobre las veredas: el detalle cambió como de la noche al día el entorno visual de la histórica ciudad fundada por Mate de Luna.

Verde, que te quiero verde

Es poco imaginativo el subtítulo con los hermosos versos de García Lorca. Pero ¿dónde está el verde de Buenos Aires? La aparente ventaja vehicular del Paseo del Bajo fue supuestamente compensada con arbustos autóctonos -plantas de cortadera – que pasan gran parte de su tiempo amarillentos y que, encima, son un peligro para los transeúntes.

Hace cerca de tres meses avisé al gobierno de la ciudad de que el cruce peatonal próximo a la avenida Independencia era un peligro porque las plantas impedían ver a los vehículos que vienen a velocidad por Alicia M. de Justo hacia el norte. La denuncia fue desestimada. A los pocos días, una profesora fue arrollada al cruzar para ir dar clases a la universidad: todavía se repone de su fractura de pelvis…

Pensar que arbustos y macetas pueden mejorar los espacios verdes me parece un error de cálculo. Según números tomados de internet, la ciudad de Buenos Aires tiene seis metros cuadrados de espacios verdes por habitante. Rosario tiene casi el doble, aunque reconozcamos que las ciudades argentinas distan muchos de las europeas: leo que Roma tiene casi 167 metros cuadrados por habitante. ¿Estarán bien las cuentas?  Comparo con el Google Maps y parece que sí…

Colofón para descansar un poco

Nuestro paseo está por la mitad o tal vez menos. Buenos Aires tiene mucho para mostrar y mucho para ver. Tomémonos un cafecito, pero no en cualquiera de los cientos que hay en la ciudad: busquemos uno de esos que usan cápsulas herméticas y que garantizan calidad pareja y buen sabor. Una de las ciudades con mayor cantidad de cafés y bares, y de los más bonitos que se conocen, sirve uno de los peores cafés del mundo. Como dice mi madre: “no lo digo yo, está escrito…”

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